La odalisca
No puedo pedirte que no te marches,
Los fantasmas de mi closet,
se cuelan en el tiempo
y dicen a gritos
que la noche
será espesa
y fría
si te vas.
No puedo atreverme a no tocarte.
Caminar ingenua en tus lagunas
y arriesgarme a no beber
Acampar en tus fangos
Abismos estridentes
Bañar mis manos
deshabitadas
si te vas.
No puedo escribirte sin dejar de saborearte
Encontrarte en el olor a tamarindo
Imaginar tu lengua aleteando como abeja
Posándose en mis flores
abiertas al rocío
Gotas frías
Evaporadas
Si te vas.
No puedo oír sin cantarte alaridos y arañazos
Corearte en el rock de los infiernos
Dejar a la intemperie del silencio
la carne mártir de mis manos
pálidas, tibias, dilatadas,
que amasan tu nombre
y escriben tu aliento
si te vas.
La mujer en el
espejo
La mujer en el espejo me cuenta historias.
No le creo.
Ciega, me niego a escucharla.
Parece que sus cristales me rompen
como relámpagos.
Afuera llueve.
¡Son solo las luces de la tormenta! –me dice–.
Y no le creo.
La mujer en el espejo es prisionera.
La miro de lejos.
Me cuenta odiseas de amores pasados.
Parece que vive en el viento,
como pintura de Monet,
difusa
¡Acércate y mira mi alegría! –me dice–
Y no le creo.
La mujer en el espejo está herida.
Siento el hedor de sus llagas.
Me muestra sus manos vacías, sangrantes.
Ha querido salir del espejo.
Canta.
¡Cambio tu imagen por la de una niña! –me dice–
Y no le creo.
La mujer en el espejo solloza.
Sus ojos están enajenados.
Posa sus manos en el cristal, busca grietas.
Pierde el aliento por segundos.
Grita.
¡Reconoce tus despojos!
–me dice–
Esta vez, le creo.
El tiempo
Iluso
el tiempo
todo en verso
en el vilo de tus manos
incongruentes con tus ojos
debiéndole aire a tu sanguinaria boca
que sangra en cada alarido que me llama.
Feroz
el tiempo
todo en prosa
afilando en la memoria
sus navajas de áspero olvido
desgarrado, aturdido, silencio oscuro
alejándote mordaz mientras ríe a
carcajadas.
Cruel
el tiempo
todo en rima
con la paz de los muertos
te lleva a tropezones entre líneas
escribiendo en pasado cada historia
perdida
anunciándome el frío, inhumano, de mi cama
vacía.
El circo
¡Se acabó la función!
Fue grato
coincidir
en este
encierro
Tiraste
con violencia de los cables que,
por
años,
encendieron
las luces
de
nuestro patológico escenario.
Estropeaste
el enchufe.
Hoy solo
hay tinieblas.
Hábil,
he podido
guiar mis pasos,
a través
de las baldosas corroídas por el tiempo,
las
cuerdas que conducen mis pasos
de
esponjosa marioneta,
me
mantienen atada al piso.
Catatónica,
como un
espantapájaros,
esperando
sin rencor,
que
volvieras a escena.
Me puede
el silencio.
Es
posible explotar desde dentro y,
al tiempo
cantar suavemente
Sí.
Es
posible sentir que quema la sangre
y se
escapa el juicio,
como una
enfermedad latente en las manos.
Perderse
en el calendario
que
absorbe los recuerdos como un inodoro.
Almorzar
con las angustias y, a la vez,
coquetear
con las penas.
Hay mil
maneras de continuar historias.
El circo
del silencio es una de ellas.
Un cuerpo escrito a lápiz
Miro mis brazos y son lanzas que cortan las ramas que encuentran a su
paso. Cautivos, los versos, se abren paso por mi vientre que me escoge como
presa, furtiva pesadilla de un noviembre sin pasados. Abro las manos y son
lirios, húmedos, sedientos de luz celeste y varias madrugadas inconclusas
perseguidas por el tiempo.
Recojo el asombro que me baja por las piernas, como raíces salvajes que
se abren paso sin permiso por mi ser completo. Abrazo los cantos que gritan mis
ojos frente al espejo incrédulo y me devuelvo el aire que perdí a bofetadas
entre gritos al viento. Recorro mis bosques de dudas y tiempos, como musa
perdida entre ausencias de tinta, papel y poesía.
Toco mi boca y es una daga que lacera y se yergue entre el tiempo,
amasando palabras vaciadas de sangre y plagadas de olvido. Balbuceo
sentencias que creo precarias y sostengo en el paso de los días que observo
morir desde los andenes de un tren sin rumbo. Transito en la lengua, absorta de
deseo que en su andar ha recorrido tantas bocas extintas, tantas cosechas de
frutos muertos, de tierras áridas envueltas en sal.
Concibo mis ojos y son dos renglones, manchados de tinta, ceñidos de
insomnios nacidos por eso que no fue, por lo que debió ser, y se escribió
inconcluso. Siento mi frente mientras acaricio los olvidos que me caen como
rocas entre los libros no leídos, los lápices caídos y las cartas que remito
sin destinatario.
Entiendo mi espalda como el lugar de los inciertos, como aquello que se
ve desde el sitial de la lujuria; donde se apoyan las serpientes en las noches
de abandono, cuando las bocas no se buscan, ni se encuentran las pesadillas.
Encuentro mi espalda a modo de escalera, por la que trepan las despedidas, tras
jadeos extasiados. Es mi espalda la que huye a los ojos precarios, la que se
queda, también ingenua, agazapada.
Lorena Salazar Suquilanda, 38 años. Nace en Quito, el 6 de mayo de 1983. Psicóloga Clínica, Máster en Derechos Humanos. Se ha desempeñado siempre dentro del ámbito educativo como docente y especialista en temas de inclusión educativa a personas en situación de vulnerabilidad. Ha formado parte de varios espacios de creación literaria, siendo uno de los más importantes el que se lleva a cabo de la mano del escritor ecuatoriano Xavier Oquendo, con quien ha participado en la creación del libro "Con Ciertas Palabras" junto a la editorial El Ángel Editor. De la misma manera, ha participado en diversos espacios de lectura de poesía como el Recital Poético Internacional "Mujeres" de Casa Bukowski, además el "Primer Encuentro de Poesía del Colectivo Periodismo de Calle", "Espacio, me has vencido" de la mano de El Ángel Editor, entre otros espacios de difusión literaria. Su línea de trabajo es la poesía, aunque se reconoce cuentera, cantora e inventora, dentro de sus mil formas para enfrentar al mundo.
Excelente 👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻Lore tus poemas son preciosos.
ResponderEliminarQué hermoso! Me encantó “La mujer en el espejo”
ResponderEliminarcualquier comentario sobra, su poesía es muy grande
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