Francisco escribe con una fuerza de viento inusitado, que es la forma de mostrar su indómita marea poética. La sensibilidad de su alma, se transforma en un mar de palabras donde el silencio no existe y sus versos nos harán sentir la boca seca, la que saciaremos con la lectura de sus poemas que caen y revientan hasta hacernos sentir vivos y será el momento de cubrirnos el rostro con las manos pero dejaremos abiertos los oídos porque su voz es el rayo que parte, es refugio en la tierra.
Nacer es caer y reventar en sangre.
—Caigo lo que pesa el coral de mi cerebro—. El alma es mar: vino a romperse en
los acantilados. Cuando nace un hombre, antes de sentir el pecho de su madre,
recibe un golpe: el llanto es la queja de estar vivo. —Yo prolongué mis
lágrimas—. Inconclusos y cadaverales, retratamos aspectos que nunca permanecen.
No concluimos la luz del nacimiento. Somos destellos ofuscados. Somos presas
del oprobio en la vagina sofocante del mundo.
Dicen que el silencio no existe, pero
es el silencio lo que soy cuando me adentro más en la garganta. Silencio es la
serpiente que aprieta el cerebro y lo adormila. Silencio es el corazón que se
cierra como puño por la cólera. Silencio es la traumaraña que anestesia los
muros de la boca. Silencio es buscar, como hormigas, el refugio de la tierra.
—Mi casa es el polvo, la forma incuestionable de la muerte.
El mito
de la lluvia
No se
explican mis padres cómo hicieron el amor
para
que yo naciera enfermo del más peligroso de los bienes.
Han de
turbarse cuando pronuncie sus nombres
con una
fuerza de viento inusitado
y
cuando descubran que mi amor, siendo lluvia,
prefiere
caer, cual bálsamo,
sobre
la carne adolorida de los yermos
a caer
en el fondo del vaso
donde
el mundo reserva su cicuta.
Canto cardenche para llorar algunos nombres
Hubo un día en que sentí la sed de todos los años de mi
carne.
Y busqué un río. Y busqué otro nombre.
Con la boca seca invoqué a mis abuelos:
«Hipólito», «Julio», «Aguasangre», «Aguardiente».
La primera muerte de los míos
estuvo siempre en el alcohol, como un insecto conservado.
Fueron mis viejos los primeros en abrir
la botella del caudal que me quema la garganta.
Yo hice un poco de fuego con alcohol
para evaporar de mi voz los nombres que me duelen.
Carta con huracán y pájaros heridos
¿Es que el mar te desvía, padre?
Es que eres el mar y no vienes, ningún viento te empuja
hacia mi cuerpo encristecido.
Te atormentas.
Lo dicen tus cartas —la forma de mostrar tu indómita marea,
tu azotar de costas y el rayo que te parte—,
todo aquello que intenta ser amor
y termina destruyendo nuestra casa.
Sumario de los ciegos
Madre, mi edipismo consiste
en arrancarme los ojos
para nunca ver el aspecto de tu muerte.
Pero si no he de hacerlo,
si he de mirarte
en otra realidad que no es la del poema,
entonces cubriré mi rostro con las manos
—cortinas que ocultan la escena de la noche—
y dejaré abiertos mis oídos
por si dices algo, tus últimas palabras,
que he de guardar
como guardaron las aves
en su trino
la primera palabra
de Dios sobre la tierra.
Biografía
Francisco Trejo (Ciudad de México, 1987) estudió la licenciatura de Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), la especialización en Literatura Mexicana del Siglo XX y la maestría en Literatura Mexicana Contemporánea, ambas en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Penélope frente al reloj (2019), Balada con dientes para dormir a las muñecas (2018), De cómo las aves pronuncian su dalia frente al cardo (2018), Canción de la tijera en el ovillo (2017), Epigramas inscritos en el corazón de los hoteles (2017), El tábano canta en los hoteles (2015) y Rosaleda (2012) son sus libros publicados. Una muestra de su obra está incluida en la Antología general de la poesía mexicana. Poesía del México actual. De la segunda mitad del siglo XX a nuestros días (2014). Entre otros reconocimientos, obtuvo el VIII Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2012, el XIII Premio Internacional Bonaventuriano de Poesía 2017 y el XI Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero 2019.
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