La poesía de Eduardo es como la frescura vivificante de la mar y la blancura llameante de sus sales. Cuando recibió el don de la palabra, sus versos comenzaron a embriagar como el rubio fermento de la caña, porque sus letras son precisas al punto de verter la musicalidad de sus escritos en todos los ríos generosos de la vida. Rodríguez nos invita a descubrir continentes de poesía y navegar junto a él en la barca de las ternuras y esperanzas, donde el poder de sus textos formarán los ciclones que avienten de la tierra de sus lectores a los que prostituyen la libertad y los ideales.
Quién pudiera tener la palabra precisa para cantar
la armoniosa belleza de tu liviana arcilla!
Quién me diera el don de la poesía para cantar el
milagro maravilloso de tu delgada espiga!
En qué divino cántaro derramó la naturaleza todos
sus sortilegios para crear la delicada luz de tu divino
cuerpo y las virtudes diáfanas de tu exquisito espíritu!
Con qué néctar se hizo la miel de tus jugosos labios!
Con qué purísimos vellones se hicieron los albos y
temblorosos jacintos que perfuman tu pecho ebúrneo
y soniosado!
Sin duda cogió para tu voz, las voces florecidas de
canciones antiguas de nuestros grandes ríos.
Para tus ojos, para tus ojos lluviosos de alegría, la
luz iridiscente de las pedrerías brillantes que incendian
nuestros cielos.
Para tus cabellos, para tus blondos y olorosos cabellos
que embriagan como el rubio fermento de la caña,
las lianas estremecidas por la sutil fragancia de
nuestros aromados bosques.
Para tus manos, para las alas frágiles de tus manos,
la seda ligera de los pájaros.
Para tu piel, para tu piel amanecida de doradas
espigas, el cálido aliento y la dulce embriaguez de la
flor de los amancayes.
Has tocado alguna vez la flor de los amancayes!
Así es tu piel de suave y sedosa. Así es de frágil y
liviana como el viento de las mañanas tibias.
Para tu cuerpo. Para tu grácil cuerpo de gacela.
El pétalo, la sal, el feble pámpano. La sangre del coral,
la aérea alga, los crótalos de nácar.
Y para tu espíritu. Para tu sensitivo espíritu. La
verde transparencia del mar tranquilo.
Oh conjunción de conjunciones. Oh milagro de milagros.
Eres el milagro prodigioso de la tierra. De nuestra
tierra. De nuestra patria. Y como ella, altiva y
bella.
17 de
junio de 1955
Publicado
en Diario El Universo
¿Por qué?
Por qué despiadado destino se secan los ríos más
generosos de la vida!
Por qué crece el sorbo amargo de la muerte en las
arcillas puras!
Por qué obscuro designio se forma el huracán que
desarraiga al
árbol que derrama la sombra bienhechora!
Por qué se enciende el rayo traicionero que decapita las
torres
más nobles del espíritu!
Por qué se abaten las alas siniestras de la noche sobre
las cúpulas
en que habita la luz del pensamiento!
Por qué nace la zarpa asesina que desgarra los cauces
fecundos
de la sangre en donde fluyen caudalosas y heroicas las
diáfanas
acciones!
Por qué, oh Dios! Lo sabes tú!
Séquense los cuerpos de los pervertidos y mediocres que
empobrecen
con sus miasmas venenosas las límpidas fuentes de la vida.
Crezca la hiel estéril de la muerte en los barros impuros.
Fórmense los ciclones que avienten de la tierra a los que
prostituyen
la libertad y los ideales.
Enciéndase la hoguera devastadora que carbonice a los que
trafiquen con la angustia y la esperanza de los
desposeídos.
Abátanse las sombras funestas de los mundos agónicos
sobre los
Espíritus incapaces que escupen la saliva inmunda de su
calumnia
malévola.
Nazca la garra que destruya a los corazones exangües de
amor y de
valor porque en ellos tienen sus cubiles los asquerosos
réptiles
del odio y de la cobardía.
Pero, por qué, oh Dios, tiene que apagarse el aliento de
la llama
cálida y brillante de las almas superiores!
Por qué, oh Dios! Tú puedes decirlo!
09 de junio de 1960
A la memoria de Alfredo Rivas
Amada mía
Amada mía. Mi vida oscura
está iluminada por tus ojos
Estrellas rutilantes. Crótalos luminosos
Mares iridiscentes. Hogueras que me inflaman
con su abrazo de fuego.
Amada mía. Mi vida triste
se alegra con las campanas ruidosas
de tus ojos.
Misteriosos lagos desbordados de dulzura.
Amada mía. No dejes de mirarme
porque si me faltara la luz de tu ternura
me moriría
como se muere todo
sin el calor del sol y de la lumbre.
Tú, tal vez no lo recuerdes.
Quizás recuerdes; ven conmigo
No cabe en mi pecho el deseo de estar a solas contigo.
Como no caben en sus cauces los ríos en los inviernos,
por derramar sus aguas tumultuosas en la tierra amorosa.
Tú, que tienes la frescura vivificante de la mar,
y la blancura llameante de sus sales,
quiero que viertas la musicalidad marina de tus palabras
en mis oídos, y la palpitante dulzura de tus labios, en
mis labios labios sedientos de tu amor.
Como la mar vierte sus refrescantes olas en las playas
ardorosas.
Ven conmigo. En la mar desconocida de tus ilusiones,
quiero descubrir tus continentes de poesía.
Y navegar contigo en la barca de mis ternuras y
esperanzas.
Ven conmigo amada. Quiero estar a solas contigo.
Oyendo el armonioso canto de los ríos jubilosos de tu
sangre,
y el aletear alígero de tus suaves cabellos.
Ven conmigo ensueño. Necesito los pétalos fragantes de
tus
manos sensibles al amor y al dolor, para hundir en ellas
mi cabeza deslumbrada de sueños, y así calmar los anhelos
que agitan y conmueven mi corazón por ti. Has de venir
amada!
07 de junio de 2001
Nelly Josefina Abad Cevallos de Rodríguez
Biografía
Eduardo Rodríguez Cucalón, nació en el cantón Naranjal el 21 de noviembre de 1919 y falleció en la ciudad de Guayaquil el 29 de octubre de 2015. Fue un importante cacaotero de la época, hombre luchador y temperamental, apegado desde su juventud a la escritura, es por ello que diferentes artículos suyos fueron publicados en varios diarios relevantes del Ecuador, como El Universo y El Telégrafo. Se desconoce con exactitud el número de poemas que escribió en vida, por lo que actualmente sus familiares se encuentran en la tarea de recopilación de todos sus manuscritos.
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