La poesía de Jamila
invita, tienta, empuja a desbordarse. Los versos de Medina plantaran su bandera
en nuestro paisaje y serán un coctel de fuegos de artificio. Con la poeta
siempre iremos más allá, donde desbarranca el mar. Siempre hay suficiente
espacio para su lectura, la veremos forrada con páginas, entre el cristal y la
piel, poseída. Seremos boca a boca, respiraremos
pausado, expresaremos nuestra voluntad viniendo de la noche al día para gozar de los cambios de temperatura
porque el poema es esa mirada vuelta sobre todos.
Columpio en las ramas
De las
cenefas del vuelo
de una
bandada de palomas desbandada
al zarzal de
las líneas de mi mano derecha
la del
destino la que encandila a
los videntes.
Del émbolo
que invita-tienta-empuja
a
desbordarse al Amazonas
en fronda
trenzada y destrenzada
a los dedos
de la rana
rematados
en
zapatillas de punta
en almendra
cascada por un dique
en despacito
retoño.
De ese
aletear
de ese
fragor de aguas que enmascara
quejidos de
hojarasca
al silbido
del metro:
puertas
ventanillas pasando
rebotando
en el pimpón
de la luz
como un
ciempiés de algas agitadas
follaje
agigantándose en fractales
que solo
deja adivinar un parpadeo
en verde-en
rojo-en verde-en rojo-y-en azul.
Sobre esas
líneas (de nudo a yema)
pongo mi
puente giratorio
mi escalera
de mano
mi balcón.
Sobre esas
cuerdas flojas fruto expando
mi sombrilla
rosada de lunares
para hacer
equilibrios adentrándome
con la saya
encogida del aliento
respirándote
apenas
prenda/ida
de un alivio
de voz.
Poseída
gateo repto
espigo en el entronque
soga y nudo
soga y nudo
agrietándome
las palmas.
Alzando el
cuerpo-arquitrabe
embrido en
la copa mi columpio
meto y saco
los dedos de los rápidos
digito
alborozada en las alturas
llama en
yema
yema en
lengua
¿de fuga?
Del pimpollo
me conquista
una bahía.
Pierdo el
habla
pierdo (de
golpe) la cabeza
por jugar a
pescar(la)
en la canal
verde del pozo.
El pataleo
que me sirve de envión
entrevisto
antes del
alba
entre los
pámpanos
es un coctel
de fuegos de artificio
un penduleo
borracho
que
abricierra abanicos de coral.
¿Dar mil
rodeos
tejer
senderos en el aire
yéndome por
las ramas
raspándome
descortezando el cuerpo
mareada al
caminar en círculos
mordisqueando
la columna vertebral del caracol
con mis
dientes de ardilla
solo para
probarme un vestido
solo para
hacer de faro?
¿Acaso solo
para alzar un grito
(cor)responder
a una voz
prendiendo y
apagándome
bombilla
en la mesita
de noche?
Si la
atarraya se hace hamaca
si apuntalo
un mirador en estas ramas:
estrella
géiser
carros locos
montaña rusa
bicicletas
voladoras
y un zíper
de cachumbambés
sube que
baja
baja que su-
baja que su-
por mirarte
manteniendo
la distancia
perfecta
para ver
lo que hay
que ver…
Si planto mi
bandera en tu paisaje
¿subirás en
domingo hasta el parque de atracciones
o sembrarás
cada tarde lo aéreo y lo rastrero
para que
escale por los troncos
procurando
el sol
y entrarán
dadivosos
los
zarcillos del beso
pidiéndome
bailar
en los
salones de espejos
del pabellón
al tímpano?
Siempre he
querido ir más allá del acá
donde se
desbarranca el mar sobre un corpacho de tortuga
salir del
cepo de la gravedad para flotar ligera
y hacer mis
desayunos mientras dibujo la campana
pegada al
techo.
He querido
amancebarme en revoltijo
y encebar
también el cuerpo
para no ser
liebre mordida en las trampas
de la
enramada bucólica del amor…
Recorrí
playas buscando el carrusel de esta ciudad
que vi pasar
un día
cuando
tartajeaba en las ramas
mi canción
solitaria.
El parque es
de armar y desarmar
cabe en un
tráiler
cabe en la
concha de dos manos juntadas.
Ven a poner
tus peceras tu palomar el cuarto oscuro para el revelado
y el nido de
tus cables sobre el firme sarmiento.
Hay
suficiente espacio…
Y es dulce
el aire
azotado/cortado
por la soga
cuando el
columpio lo/se mece.
Antes de volverme una llana de costa
Debajo/ del puente/ del Viaducto
allá por Matanzas Bay
nadé por las mañanas mientras el sol
clareaba
y las gaviotas caían
buscando
su comida…
Hoy lo camino por derriba
tratando de ignorar a la que abajo
nadaba sonreída marafuera.
Mañana sé que allí (gaviota
hambrienta)
subiré y bajaré entre la mar y el
cielo
como pico que busca su condumio
aleteo/ que filtra/ el sol de agosto.
Debajo de las suelas
retiembla el puente y espera la que
ayer
flotando como boya como un sol naranja
pequeña garganta de gaviota que se
abre y cierra
para (tragando en seco)
continuar a-le-te-an-do marafuera…
Playa del chivo (Las pajareras de Albear)
Respiración artificial
Hay un sueño brumoso en que bajo
hasta Playa del chivo, pero nunca llego a la planicie de dientes de león; es
decir, que no alcanzo a agacharme ni a rozar el dienteperro que esplende bajo
el sol de agosto, ni bajo el sol de los inviernos tampoco (ese sol fofo). En el
sueño alguien me lee en perfecto inglés (acento «americano») algo que ya no sé:
pudo ser William Shakespeare, pudo ser Walt Whitman, fue quién sabe. Estuvimos
sentados en la piedra. El poema era largo. No me mojé los pies.
Playa del
chivo es para mí el enorme deseo de bajarme cuando cruzo despaciosa por la zona
de peaje, cuando salgo forrada con páginas y páginas de libros de la Feria,
vend/tas que no me dejan ver, entre el calor allá abajo, aunque los adivino: el
arsenal de pescadores (tropel de redes angustioso, rebrillar-cortocircuito-electroshok de los anzuelos ¿o eran
arpones o eran remos? metidos en el rencor del arrecife).
De madrugada,
recibiendo mi cumpleaños, soñé que nos bañábamos a solas en una alberca
doméstica, y que me regalabas una foca inflable de cierta exagerada longitud.
No me detuve a interpretar. (Tanto hemos prometido vacacionar en una casa en
los riscos, entrando en las Matanzas. Tanto habías dicho de la piscina, cavada
en viva roca, del misterioso Míster Claude…)
Por la mañana
apreté fuerte los ojos viniendo de Alamar. Habíamos pactado celebrarlo abajo.
Cargamos con la cámara. (Y demasiado más.) Fingí dormir cuando pasábamos el
túnel. Los brazos estirados a los lados del cuerpo, las manos soportándome las
nalgas: acalambrada, sosteniéndome cuerda (por no ser Hércules ni Glauca), sin
dejarme vencer por el plateado velo (sol de nitrato agujereando la roca),
abrasada en la piel de Cachemira… Justo a tiempo lo dejamos para luego otra
vez. Antes de bajarme de la guagua en el Parque Central, bebí con prisa y
aspiré una bocanada… que duró hasta que hallé mis gafas. Cuando volví (menos
sedienta) a respirar, entre el cristal y la piel, el sudor y el salitre me
habían puesto un bonito bigote de gato.
Boca a boca
Entrando por Alamar, en la recurva,
al fin Playa del chivo. Guaguafuera, preparamos la cámara, ceñimos las mochilas
a la espalda y bajamos sujetando la respiración. Respirar, respirar pausado es
fundamental. El chero el chero el cello/ del carrillón de chivos.
Lomitarriba/lomabajo. Se mete por los poros, las narices, la boca. Como entran
hasta el tuétano ciertos estribillos. Como entrarían los pájaros si nos
arrimáramos un poco. Saltan. Entre ellos, como ellos, el sol pica y chispea. Decenas. Más de una centena. Un ceremillón.
Entre las garzas (seguro) los demás: ¿serán rabihorcados
ligeros, buchones alcatraces, picudos zaramagullones? Pueblan, herrumbran,
anegan la marisma (de Francisco de Albear). Andariegos sobre el borde de la
playa, se sustentan con las patas y el pico en baile tenebroso (paso jovial,
mas picardía en el sobrevivir, como de viejos achacosos). Mientras yo, de
querer unírmeles me hundo en las capas de mierda doméstica, engañosarena, como
enyesada al sol. Desde arriba: Playa del chivo es la mascarada de su planicie
de rocas. Viniendo aquí: es el espejeo del piar de los pájaros llamando a
entrar al agua que no es/ que si es, es aguas negras/ negras aguas. Nadie
golpea con palos. Solo yo los azoro porque captures como puedas la
bandada.
Más allá del
hedor (tú el estómago revuelto, tú al borde del desmayo), cubiertos por la nube
que regresa, testaruda a la costa (papalote girando enredado en su cola),
descalzos o con botas altísimas, pescan sus p(r)eces los pescadores de pie. No
es mi delirio el que los pinta. Son: gorras, sombrero, varas, carretes de hilo
y una balsa. Sin hacer caso al hervidero que viene (Puente Alcoy) subterráneo
(Puentes Grandes) desde lejos (cañada de Vento, tazón del Cerro); sin tiempo
para lo que se acerca (sótanos del Comercio) y se adentra… de legua a legua
(1858-1893); sin sed para lo que llega… y brama y se escapa (1887) detrás suyo
(traído en andas de negros esclavos congos); sin oír los flashes ni mi aliento
entrecortado; sin voltearse a ver batir las alas…, más tercos que los pájaros: los
pescadores apretados, tira que lanza la carnada, pescando boca a boca, como
sujetos del agua.
Finca de San Antonio (Carrusel)
Donde se encabritaban ayer las bestias de Santiago Abreu
(yegua y lucero
potro en que te caíste: paticas delanteras resentidas
caballos blancos manchados
no negros/ no alazanes
alguno domado de ti
y carrusel de caballitos dorados
yegua de oreja en dos puntas
camino a tus clases de inglés
camino de buscar gofio…)
allí la casa
(no la misma
alzada un poco hacia el costado
y dentro, sí: la Singer/ la coqueta/ las sábanas de boda/ el
piso de damero/ el orinal
y fuera, sí: batea y abrevadero limoso).
Allí la finca/ suspensa en tres horcones
allí cafetos/ queso-cuajado en vientre de puerco
pozo ciego
carneros-casco endurecido por sulfato de cobre
y un trío de ocas sordas ladradoras
(José Benito/ Jorge Nemesio/ Juan Eduardo).
Allí los partos de bestias
que si no levantan cabeza (es literal/ es una lápida)
no sobreviven.
A ti te amamantaron
(vía Infierno/ vía La Caridad) llegaste a San Antonio
por fin
como una anunciación
(j/alado por duras manos).
Quizás no mayorazgos pero esp/cuela sí:
del banco en predios de la casa
a Yaguajay/ a ese instituto en las (afueras de) Matanzas
errando entre paisajes gemelares
abrequecierra círculos
(pie en el muro-cabeza engominada-pantalón de galones
y un rojo de rasillas y un verde deslavado sobre el cuerpo y
los pinos
que toca adivinar):
así te erguiste.
Donde los puercos hoy por el palmar
(por el palmiche)
y lagartijas coroneles
entre las piedras como de playa amontonadas
desde el potrero/ todavía
saltando la cortina de algarrobos
se ve el mar (de Caibarién).
¿Sería que en la terraza podías ver
su giratorio salto?
¿O eran los campos de maíz del cementerio
«Eloísa Carrillo»
con su bomba de agua
para esponjear las flores/ de Juan y Margarita
(emplumados canarios)?
Hubo un tiempo en que dijiste (o soslayaste):
atrás Infierno/ finca
atrás
la nata de nenúfares/
lechosa/ de la Poceta de la Media Legua…
Después no
enseguida o después
bajamos a las pozas y al sudor de(l) membrillo
después nos empinábamos en ubre
y como en tiovivos nos trajiste
a embadurnarnos verde
que te quiero ver
la entrepierna en que ahorcajábamos caballo.
Jineta/ no fue/ precisamente
mi expresa voluntad
(o no lo supe procurar
o se me hizo que no correspondía).
Bailoteaban mis huesos la montura
con elegancia nunca
(ni en volanta)
cabezabajo y concentrada en lo mínimo:
el pelo contra el rostro
y-entre-mechones vigilar los cascos
como si entre la yerba trasquilada
con mis propios pies fuera
hallando posa-dura entre las conchas
por donde menos hieran.
Vástagos
casi todos con jota/
sin par caballería
arrejuntada a veces dispareja:
retratos no desmienten nuestro paso.
Sin herrajes
silbando por las piedras resbalonas
viniendo de la noche al día
(salvados de humedad
también erguidos donde prende la ribera mamey)
papiros-paragüitas-clavellinas
así flotábamos:
abrequecierra círculos
bailando remolinos
rumiando en verde (tijereta/ escarbadura)
el marco terracota de otras fotos.
Y allí donde se limpia por sembrar
en claros a que llaman tumbas
a veces ensillábamos
(poniéndole corral) al dienteperro
y otras nos íbamos nadando
(trote/ marcha/ galucha) en cabalgata
por el potrero
rumbito a Caibarién.
Ciudad libertad
Entro a poner mi camarote en la explanada. Camino y camino, requetecamino, por saludar al sol a las
seis de la tarde, con los pies en verde remojado. Estiro la espalda, estiro el
cuello, tuerzo el torso, arrebujo las piernas, me empujo (espalda recta) hacia
la punta de la estrella de los pies… Uno, dos, diez saludos en una zona de la
yerba salpicada de cáscaras y hormigas que me van desguazando despacito. Cambio
de táctica y de alfombra: pruebo otras zonas, el cemento, las losetas de barro.
Como gateando, resbalo y me aguanto con las uñas. Siento el trabajo en los
mús(cu)los y el expandir (acordeón-bandoneón-concertina absorta en dar una alta
nota: free-reed) de la punta del
iceberg de la respiración. A la cuenta de doce… vuelvo al yerbazal. Pongo el
gimnasio frente a un árbol tan alto que no toco el pimpollo cuando inspiro
(vista al frente, cielo allarriba, echando cabezatrás).
Pasadas las siete termino: brazos de trapo, columna que cruje
y va pidiendo que penetre la linaza entre costilla y vértebra, entre vértebra y
omóplato.
Todavía descalza hago que emprendo retirada. Sigo adelante
cuando me cruzo el cascarón del gimnasio (esqueleto, carcasa), donde jugábamos
ayer a la pelota y nos apareamos (murciélagos vagabundos) sujetos a la pared.
Espero… que lo que vino a la mente cuando mirabarriba, se
desenrosque: serpiente de una rama; se manifieste: trepidante jauría. Como en
los bancos del patio en la primaria (que yo enfriaba con la palma de las
manos), gozo los cambios de temperatura: pies del calor del asfalto a pies en
yerba húmeda, ardiéndome en las plantas, llagándome los dos.
El poema es esa mirada vuelta sobre mí: la emoción del corcho
¿que resguarda o clausura? ¿que deja para luego el grito: aísla, añeja…? cuando
se adentra en la boca. (Y puede que quepa aquí también la ebria estampida, la
cabalgata del descorche). El arpegio en el pecho es esa variable sensación: de
la llama(ra)da al hielo, que me eriza la nuca.
Biografía
Jamila Medina (Holguín, 1981) en narrativa: Ratas en la alta noche
(México D.F., 2011) y Escritos en servilletas de papel (Holguín, 2011).
Jamila Medina Ríos en poesía: Huecos de araña (Premio David, 2008), Primaveras
cortadas (México D.F., 2011), Del corazón de la col y otras mentiras (La
Habana, 2013; Madrid, 2019), Anémona (Santa Clara, 2013; Madrid, 2016),
País de la siguaraya (Premio Nicolás Guillén, 2017), y las antologías Traffic
Jam (San Juan, 2015), Para empinar un papalote (San José, 2015) y JamSession
(Querétaro, 2017). Jamila M. Ríos en ensayo: Diseminaciones de Calvert Casey
(Premio Alejo Carpentier, 2012). J. Medina Ríos como editora y JMR para Rialta Magazine, a cuyo staff pertenece.
Máster en Lingüística Aplicada por la UH, con un estudio sobre la retórica
revolucionaria en la obra de Nara Mansur. Proyecta su PhD en Brown University,
con una investigación sobre el ideario mambí en las artes y las letras cubanas.
Nadadora, filóloga, ciclista, cometa viajera; aunque se preferiría paracaidista,
surfista o espeleóloga. Sueña con cantar en un coro, patinar sobre hielo o
volar en un deltaplano.
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