La poesía de Santiago hace bailar todas las cosas, como si despertaran. Sus
versos son una caricia silenciosa, el refugio estable. El mundo comienza por
sus letras que se encienden en la habitación donde escuchamos la última sílaba
del ruido. Se avecina una tormenta de poemas y nosotros estamos listos para
empaparnos de su palabra amiga.
El otro
Pasa un hombre
el niño
que fue
lo mira
con rabia.
Tormenta lejana
Un edificio. La habitación a oscuras
se alumbra con la secuencia del televisor,
como a través de una tormenta lejana.
Nada sabemos de ellos pero ahí están.
Todas las noches
comienza un mundo por sus manos.
El barco se hunde ante las costas
y no podemos hacer nada.
Miramos los vidrios
que se encienden o se apagan.
De pronto sean estas ráfagas de luz
la habitación donde termina un amor
y apenas escuchamos la última sílaba del ruido.
Pensarán ellos que somos nosotros
los fantasmas,
prendiendo las luces en los cuartos
o amándonos los sábados.
Y creerán que no están solos.
Y al otro lado de las ventanas
verán el resplandor,
parecido al encuentro de una música amiga.
Un edificio. La habitación a oscuras
se alumbra con la secuencia del televisor,
como a través de una tormenta lejana.
Nada sabemos de ellos pero ahí están.
Todas las noches
comienza un mundo por sus manos.
El barco se hunde ante las costas
y no podemos hacer nada.
Miramos los vidrios
que se encienden o se apagan.
De pronto sean estas ráfagas de luz
la habitación donde termina un amor
y apenas escuchamos la última sílaba del ruido.
Pensarán ellos que somos nosotros
los fantasmas,
prendiendo las luces en los cuartos
o amándonos los sábados.
Y creerán que no están solos.
Y al otro lado de las ventanas
verán el resplandor,
parecido al encuentro de una música amiga.
Para Federico D-G.
El Señor de la Máquina
Para arreglar la calle mandaron la excavadora,
después a un empleado a que cuidara de la máquina
durante todo el feriado. Y ahí sigue.
Lejano embajador de una misión superior.
Lo vemos cuando él no nos observa.
Cuando nosotros nos marchamos
son sus ojos los que esperan,
atentos bajo el sol o el frío,
el pantalón azul y la cachucha
sentado en el puesto del conductor
a falta de un refugio más estable.
"El Señor de la Máquina", dicen los niños
de la cuadra. El hombre espera
al interior, insomne.
Tamborilea un ritmo pasado de moda
en el timón. Consciente de que sus hijos
y su esposa lo saben vigilando
los peligros, orgullosos.
Los hijos y la esposa del Señor de la Máquina.
Al otro lado de los radios., el sueño.
Él en su trono descapotado
entre el asfalto y las estrellas
y una canción en voz baja
para no despertar a los niños.
Hay una alianza antigua entre el hombre
y su herramienta. La máquina se inclina
largamente con su juego de dientes,
como un dragón cansado.
Para Ramón Cote
Esferas
Nunca temimos a los sismos,
nos habituamos a hablar sobre los sismos.
Mi padre señalaba los mapas con el nombre sonoro
de Kobe o San Francisco, Popayán o Tauramena.
Eran viajeros que llegaban desde el fondo de la tierra
con un código de Richter,
o un niño que nacía desde el calor hacia las rocas.
"Las placas se mueven bajo nosotros",
decía mi padre, "el tiempo es una caricia silenciosa".
E imaginábamos la lava desplazarse bajo los pies, roja y
naranja.
El desplome de los campanarios en el Tiempo del ruido.
Y un espasmo, un remezón de las cortezas más profundas
que hacía bailar todas las cosas, como si despertaran.
Guardábamos el mapa entre los anaqueles. La fotos se
hacían
turbias y nosotros caminábamos sobre el planeta.
El mundo era una esfera llena de voces
y murmullos, una canica redonda y traslúcida.
"Las placas se movían bajo nosotros.
El tiempo, una caricia silenciosa."
Cuando despertamos por el terremoto de Armenia
vimos las ruinas de la infancia en el televisor.
Vimos las madres y sus hijos llorar a la intemperie.
Los sismos se hicieron viejos
y perversos, y comenzamos a temerles.
Frente a la luz de las pantallas,
viendo el avance de las formas contra el tiempo,
el rostro de los padres comenzó a cuartearse
y fue grabado en sus semblantes
un mapa imperfecto y movedizo.
Pájaros barranqueros
Pájaros barranqueros
traen el péndulo del mar
grabado sobre las plumas
que les cubren la cabeza.
Reptiles siguen su vuelo
desde abajo,
con esplendor mortífero,
se disputan los cazadores
su heráldica sexual.
Ellos demoran la nieve
y me visitan
otra mañana,
llevan hasta mi casa
las migajas
de un paraíso clausurado
y esta belleza
que excava.
Para Naty
Biografía
Santiago Espinosa
(Bogotá, 1985). Poeta y ensayista, traductor,
profesor de la Universidad Central y del Gimnasio Moderno de Bogotá, donde
Dirige la Escuela de Maestros. Es el autor de Escribir en la niebla, compilación de ensayos sobre 14 poetas
colombianos, y de los libros de poesía Los
ecos (2010), Lo lejano (2015), El movimiento de la tierra (2017),
ganador del Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2016, y de las
antologías Luz distinta (México,
2017), Para llegar a este silencio
(2017), publicada por la Universidad Externado, y Detrás de lo que escribo siempre hay lluvia (Turín, 2019), antología de sus poemas traducida al
italiano.
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