En
la narrativa/poesía de Ana el agua viaja a través del fuego. Sus letras funden
el color al de la humanidad de la tierra liberando un embrujo contenido en las
entrañas. Corvera es la llama que impone a la caricia el retorno, el grito en
silencio de libertad, el aroma que invade los rincones del cuerpo. Al leerla
seremos el furor que atrapa los ojos de un amante complacido y a partir de ahí nos aventuraremos para escribir nuestra propia historia.
Mariposa
luna (Actias luna)
El
árbol recuerda la llama y su funesta blancura: entonces un diluvio esparce
temores y surge la mariposa nocturna, alumbrada por el grito de los niños
atrapados en su vientre. El agua viaja a través del fuego, la noche cae gota a
gota.
El
insecto levanta una de sus máscaras y se aparta de la muchedumbre, llevando en
sus alas el color de cien manos. Un aroma invade los rincones de su cuerpo: en
silencio advierte una identidad, la murmuración de un nombre; dedica su vida a
lágrimas futuras. Emprende la búsqueda y vapores en el aire encienden la
fugacidad en su decencia.
Se
abren pupilas. Los rumores son tristes como incienso, olor de agonía. La
mariposa debe posarse en alguna frente y estrellarla, apolillarse en una de sus
rutas y jamás olvidar el regreso. Llega, entierra ojos y labios en algún rostro
e inventa una música. Entonces huye, es tímida y no se queda; niega de su pecho
los rubores de esperanza.
Es
el templo coronado por la luna su último reflejo, nada existe fuera de la
oscuridad. La mariposa aparece envuelta de fuego y de lluvia sobre las alas
blancas respondiendo al amor unos pocos segundos. Luego impone a la caricia el
retorno, cuida su paso de las huellas y apaga el rostro en un muro. Vuelve
junto a sus hermanas en un lugar demasiado espeso hasta que el abismo destruye
su imagen. Se va.
Mosquito
común (Culex pipiens)
Con
devoción proverbial inicia el movimiento, siempre oculto detrás de sus nocivos
deseos. Una vez sus padres creyeron en la promesa del espejo de Narciso: en él
se cristalizó, es una copia exacta, la muestra de que hábito y cuerpo
encuentran un día el mismo camino. Ahí, desde el estanque, antes de irse ya
conoce los principios de la metamorfosis. Sabe que debe amar, luego perderse y
borrar sus huellas hasta el último ciclo de su especie.
Caen
fragmentos de rocío. Él, pequeña larva, se sacude, tiembla suavemente para que
el oxígeno alivie sus heridas aumentadas en la espera. Luego da vuelcos rápidos
demandados por el vértigo; su personalidad se hace involuntaria. Ya pasó el
tiempo de beber otra sangre, la vulnerabilidad es un lujo convertido en riesgo.
El
cielo está limpio. Lo dicen las nubes tímidas de la primera mañana. Después del
espasmo de la descomposición, viene el grito en silencio de libertad. Encima de
las aguas se eleva despacio la imagen: cuerpo amordazado, ojos abiertos, cabeza
nueva sobre terciopelo. Hay un instante en el que flota; el adulto recién
nacido permanece inmóvil mientras se sobrepone a lo que ve. A partir de
entonces se le irá la vida recordando cuánto quería negarse al comienzo.
Se
erige ataviado de risas y temores. Besa la tierra, impulsa el rostro hasta que
obtiene su antiguo derecho entre los aires.
Libélula
(Anax imperator)
Se
dice Hada Cornuda pero todos le gritan Equino del Diablo. Anida bajo las aguas
y huye cuando sus hijos asoman por primera vez a la superficie, con deseos de
galopar.
Asumirse
etérea significa predicar sin palabras, borrar la sonrisa de quienes la amaron
apoyada en sus propios sonidos. Por eso calla. Tararea anhelando que ninguno se
contagie de su fiebre de invisibilidad.
Nadie
debe estar cerca. Si alguien robara sus dientes, ella desaparecería enseguida;
borraría su destino. Por eso se esconde y no ríe. No quiere que la toquen. Apenas
la lluvia y sólo para que termine con la llama de sus pensamientos.
Los
adultos también le dicen enfermedad de los niños y por eso la siguen cuando
quieren olvidarse de las responsabilidades, del mundo. Admiran que jamás se
detenga, aunque sus familiares pregunten las razones de su exilio.
El
corazón de la libélula es una brújula en el aire. Ella navega, no se detiene
hasta que un tipo de oscuridad la obliga a convertirse en un sobre muerto,
lleno de mensajes cifrados.
Inmóvil, se deja
auscultar por un otro. Le muestra sus alas blancas y sus cuernos rosados,
idénticos a los que, en efecto, poseen las pequeñas heroínas de los cuentos.
Amantes
de hechicera (Magus amantis)
Vienen
sólo si hay música de fondo y la nueva luna irradia oscuridad. Arrojan sus
cuerpos duros sobre las flores del Caribe, aun cuando mayo esté lejos de ser
primavera.
Engalanados
por el trópico funden su color al de la humildad de la tierra; abandonan su
lecho cuando la lluvia anuncia otro aniversario. Esa noche de cálido invierno
los abejones despiertan con signos de locura. Su futuro nace de un aroma que
viene de los palpos.
Mientras
el tiempo se distrae con las palmeras, los opuestos se entregan a la dictadura
de su sexo. La hembra frota sus pares de patas y estrella brevemente el abdomen
sobre las rocas, liberando un embrujo contenido en las entrañas; él, rostro sin
flecha, acude sonriendo a su último destino.
La
pequeña hechicera muere arrojando su fruto, veneno insaciable de raíces. Un
furor atrapa los ojos al amante complacido y su interior estalla en un sitio a
donde la brisa no llega.
Sobre
los indicios de un pantano, cualquier mañana de invierno, yacen dos seres
venturosos mientras la historia se derrama.
4
Avanza
despacio, deja tu cama atrás y recuerda a tu padre marchándose. Bendice todas
las veces que desconfiaste de él, María. Agradece también a tus madres, a la
que te dio la vida, a la que se infló el vientre y lo coloreó ambarino mientras
te alimentaba. Reza a quien se abrazó a las paredes, a la que lloró velando tu
fiebre. Ahí estaban también tus hermanos, los insectos, fantasmas que siguen
aquí para quitarse el nombre y escuchar el tuyo cuando renaces. Dale vuelta a
la llave. Recorre los pasillos fríos y descubre que mienten al decir que no hay
nadie. Busca en las flores. Esta vez nadie detendrá tus pasos.
Recuerda
cuando comías tierra, cuando le hablabas a las plantas y no vivías sin sus
frutos, cuando construías tu casa, cuando te peleaste con un amigo y moriste en
boca de un desconocido. Alguna vez viste algo y te saltaron los ojos; volaste y
te confundiste con los desperdicios; perdiste los dedos y te pareció tener más
de seis manos; estuviste segura de que nada podía atravesarte. Recuerda cuando
te golpeó una gota de agua, desfallecías cada vez que amenazaba un pequeño
torbellino.
Piensa
en que es posible que nada de esto hayas vivido, has sido muchas durante los
sueños, pero no necesitas salir a la calle para saber. Hay una memoria que te
alivia, que te convence y te dice que realizaste los deseos. Ésa ha sido tu
vida, sucediera dentro o fuera de los ojos. Inventa tu propia historia y si
quieres puedes verla en la de ellos, los que viven sólo un día, los que mueren
aplastados por tus uñas y se arrastran bajo tus zapatos.
(Fragmentos
de Nocturno corazón de los insectos)
Biografía
Ana
Corvera (Zacatecas, 1984). Maestra en Estudios de Literatura Mexicana por la
UdeG y Licenciada en Letras por la UAZ, obtuvo el Premio Nacional para
Proyectos Artísticos y Culturales en 2004 y el Premio Estatal de Ensayo
Mauricio Magdaleno en 2006. Becaria del PECDA en 2007 y 2015, ha publicado en
revistas de México, Venezuela, España y Colombia como Norte/Sur, La cabeza del moro,
Letralia, Liberoamérica y La raíz
invertida. También en los libros El
viento y las palabras (La Zonámbula), Pensamiento
Novohispano (UNAM), Dolores Castro,
palabra y tiempo (BUAP) y Ficcionario
de Teoría Literaria (Texere). Su libro Nocturno
corazón de los insectos (Taberna Libraria) es un híbrido entre narrativa y
poesía. Fue docente de la Academia de Escritores en Venezuela. Actualmente
divulga ciencia, colabora en el programa Cuenta
Conmigo de Televisión Educativa y es asesora del coloquio internacional Voces desde el llano.
Bellísimos versos mi querida Anita🦋💝👏
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