En la poesía de Johan la vida está por comenzar. De pronto en sus versos se desata una eternidad por descifrar y su voz romperá con el silencio. En sus letras hay revelación, nuestras pupilas alucinan y una luz disfrazada de ritmo nos guiará a una tarde de fervor. Podremos sentir que no somos dueños de nada, que la maldición nos invita saltar al vacío, pero en este baño de verdad los pasos nos conducen al horizonte poético y al destino que nos tiene preparado para cada uno de nosotros.
La noche al borde de un cuchillo
Estoy
a punto de entrar al invierno
en
las piernas de Saturno.
Hay
una luz de guía en mis manos heladas.
¡A
punto estoy de deshacerme los pasos!
¿Podré
aprehender en mi humanidad
la
ausencia de días, de ahora en adelante?
La
última noche al borde de un cuchillo
el
hombre en la montaña
pregunta
su forma
después
de morir tantas veces
nada
puede decir de lo hermoso
ningún
mensaje a sus queridos:
en
sus ojos congelados
solo
sabe estar en silencio.
El niño de los grillos
El
niño que fue entonces y yo
¿sabremos otra cosa sobre el juego entre
heliconias y turpiales,
el
juego de la piedad y la derrota?
Tragarme
la sangre, el fuego asestado
el
golpe en la cabeza
la
imposibilidad
de
volver a vivir la primavera,
los
días azules.
Qué
puedo hacer sino huir,
a
dónde corre uno
qué
hacer
de
pronto ir a un bar y prodigar los sexos
a
unos ojos ansiosos
tal
vez otro cigarro con hastío,
y
decir bueno, a dónde corre uno
—sí, a
dónde—.
Si
los pasos conducen
al
fondo del miedo.
Al fondo,
tal vez me asista un vacío.
Decir
en las horas largas de tedio:
tranquilo, la
vida les pasa a todos.
Pero
en las horas de sopor
algo
de ácido lisérgico
o
tal vez otro cigarro.
Dime, a dónde corre uno,
—sí, a dónde—.
Hender
el centro de un recuerdo
volver
a ser el niño,
ahora
mismo solitario
con
grillos entre cajetillas de cigarros.
Su
música auguraba
un
secreto fatal
pensaba
un nombre para cosas inventadas
que
hoy no existen.
Una
voz romperá el silencio de la casa
en
la memoria
descolocará
las cosas
y
el niño sin saberlo
cantará
con los grillos la canción de la felicidad.
Olvidar
esa tarde
en
que el hielo en la garganta
era
el último día de la muerta primavera
y
saber del silencio
y
el deber cumplido.
Con
vergüenza el niño,
oculto
entre
los trastes viejos
a
dónde corre, a quién le dice
ese
sentimiento
de
desgracia atravesado:
déjalos
nada más son grillos,
no son Dios
en las horas vagas.
Rosa y el mar
Mi padre me decía que regresara
al mar como si regresara al vientre, pero vestida de rojos (dando visos en la
orilla de los sueños),
corrí con deseo de sentir el agua recién hecha, solo para mí. Cuando el mar
parecía vaciarse por un segundo al otro lado del horizonte intenté regresar,
cumplir mi destino. Habría querido volver a sostenerme en el borde de la playa, pero cuando estaba regresando mi tallo y espinas fueron tragadas por la
arena. De pronto fue la confusión: un golpe de tela pesadísima. Una mano. Un
cielo estrellado. Una voz. Un alarido. Un auxilio ahogado. Un irse
desvaneciendo sin palabras, en el fondo.
El
mar se la ha tragado se la ha tragado se la ha tragado se la ha tragado se la
ha tragado: la ha devorado como en La vorágine.
Pero yo no he sido dueña de
nada, y nada sé de la selva, ni del mar. Solo sé de recuerdos escritos en papelitos como este:
La
maestra otra vez me ha dicho que no es cierto
que
en La vorágine el personaje principal sea la selva.
Otra vez tengo trece años en la
garganta reseca. Intento reírme, pero la boca se llena de agua y sal. ¿Entonces
también las palabras son de agua? Algo como un recuerdo ciego en la profundidad
del mar. Regresar al vientre, pero sostenida por los sueños. Llevada,
acaso, por un jirón de luces al poniente. Nacer muerta con los ojos de nácar,
recobrada por los peces, ungida en viento con una última música de coral en la
profundidad de las espinas.
Me lanzaré de la Torre Colpatria
Frente
al espejo por la mañana
ese otro enfrente se lamenta.
Doy media vuelta
estoy despidiéndome
estoy olvidándote.
ese otro enfrente se lamenta.
Doy media vuelta
estoy despidiéndome
estoy olvidándote.
El otro queda detenido
por el siempre fatal en el espejo;
los labios sellados,
las manos mortaja,
la última revelación de las miradas
que son una.
Acabaré
conmigo y he de gritarlo
a las multitudes
voy a escupirles mi muerte
como su propia muerte
porque solo tengo mi vida
que es tan frágil
tan sola
a las multitudes
voy a escupirles mi muerte
como su propia muerte
porque solo tengo mi vida
que es tan frágil
tan sola
tan
poco, nada.
¿Quién
escuchará mi estrépito contra el suelo?
¿Qué poeta, oficinista o puta
se llevará la fotografía de mis carnes laceradas
y por fin libres
por fin desperdigadas?
¿Qué poeta, oficinista o puta
se llevará la fotografía de mis carnes laceradas
y por fin libres
por fin desperdigadas?
Todas estas cosas
son las últimas cosas para mí:
la séptima que transcurrí tantas veces
camino al colegio,
la muchacha que me miró con deseo en la mañana
las buenas tardes de papá
antes de salir a cumplir mi cita
al último tránsito
con diecisiete años
y una eternidad por descifrar.
¿Por qué no pude corresponder a sus miradas?
¿Por qué no dije que no habría buenas tardes,
ni buenas noches, nunca más?
¿Por qué? ¿Por qué?
—Porque solo hay preguntas—
Sellados los labios
apretados los muslos
son las siete menos quince
nadie lo prevé
voy
a morir.
(7
pm)
A esta hora,
en esta calle
se detienen los relojes
se silencian los clarines.
Ha dado ya
la última mirada panorámica.
Me llevo a Bogotá en mi pupila alucinada.
Espero, justo antes de tocar el suelo
pueda encontrarme con otro sueño.
Al fondo, en el último naufragio
he de caer al viento
seré la noche
caeré en el desplome de la carne
en el croar de huesos
en el último sueño evanescente.
¡Si!
Estoy
ca
yen
do
la vida está por comenzar.
Maldición
Todas
las calles te truncarán los pasos
un
vacío las perderá
en
un sueño tranquilo.
Créeme,
olvidarán tu nombre:
preguntarán
por ti
pero
de pronto se desatarán
como
algo inerte que se toca
y
se deja para después.
Dirán
tu nombre y la boca se les llenará de tierra, vapor, bullicio,
como
algo ineludible que se pierde en las alcantarillas.
No
sabrás qué fuiste en la tarde de fervor
darás
lo mismo,
te
dejarán al filo de un recuerdo
cada
calle dentada te negará los pasos,
lleno
de estupor, confundido y espantado,
te
perderás con ellas en una espiral de barro,
como si nunca, nada,
nadie.
Biografía
Sebastián Barbosa Montenegro (Bogotá, Colombia, 1998) Universidad Pedagógica
Nacional, estudiante de licenciatura en filosofía. Sus poemas han
sido incluidos en diversas antologías. Este no es tiempo de fervor (2019) es su primer
poemario. Es integrante del colectivo Casa Desnuda.
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