De relojes y saltamontes
Ayer he visto a una mujer a los ojos
con
ella errantes transitan mis pasos entre volcanes,
macabros
recuerdos de una tierra/
un
tiempo
que
es más cercano al tiempo de un saltamontes verde;
un
monstruo infantil he reconocido
en
los ojos cubiertos por capas de neblina.
Los
extranjeros transitamos espacios;
un
día de hace muchos años
fuimos
también nacionales. Un país que ya no es,
los
güeros de este rincón de la calle veintiuno
llevan
escondidos saltamontes
verdes
diminutos.
La
mujer es ahora una rama oscura cubierta
por
un musgo tejido por hilares de alpaca;
esta
noche habré de buscar refugio en sus brazos.
Es
tan breve el tiempo,
el
tiempo de los saltamontes.
Todavía el amor
Es
un amor pequeño que perdió su camino:
venía
ya la noche…y con la noche vino.
Dulce María Loynaz
Fuimos
buenos también
intentando
sostener naciones
aleteamos
nuestra juventud
y
amanecimos entusiastas
sabiéndonos
guía y sostén del pueblo.
Guerreros
adolescentes que hablaban
en
lenguas de siete mundos,
de
siete murallas, de siete reptiles
entusiastas
por desenmarañar
las
sábanas de la cama de tus padres
acorralar
las horas después de las cuatro:
tus
clases de francés.
Sensatos
y enormes en las diminutas distancias
de nuestra ciudad
guardábamos
entonces notas musicales
y
permisos de escuela.
Alegres
nos sabíamos cantores
y
escondíamos llaves con secretos:
la
política, los hijos, el futuro prometedor.
También
nos morimos juntos tantas veces
plagados
de nostalgias
abrazamos
flores rojas en pequeñas habitaciones
mientras
limpiábamos baños en europa
y
rascábamos monederos vacíos.
Las
profundas llagas hablaban
para
desenterrar a nuestros muertos.
Nos
comimos la sangre y las tripas de la burguesía
que
finalmente nunca logré destruir.
Me
dijiste no. No es tu tiempo
y
te cerré las puertas de casa.
Hubo
momentos de pausa,
silencios
encubiertos de vértigos
que
solo sonaban junto a los platos rotos
de
un hogar quebrado
y
un callejón de hambruna de cuerpos.
No
fuimos los que quisimos ser,
se
acabó el papel higiénico robado,
los
cigarros en el cuarto
de
pobreza extrema
y
llegó, aún peor, la madurez con dinero
pero
sin nuestros nombres.
Dimos
por hecho la crecida diaria de musgo
en
medio de nuestra cama.
Sedientos
de esperanza
nos
acostamos con desilusiones
y
ruinas que encuentro todos los días en mi calzón.
No logramos cabalgar corceles de siete colores.
Sin
embargo, en blanco y negro, aún queda una luz
que
se acerca por nuestra habitación, atraviesa el baño,
el
cuarto de nuestro hijo
y
me asegura que todavía somos buenos
guerreros
adolescentes
amantes.
Encuentro
Rozo tu cuerpo contra el mío
mis
manos se convierten en alas
tu pecho late a mi ritmo
Canto
mis senos se abren
y esperan a tu alma
vigila mi pubis tus pasos
voy contando las nubes
y tu cabalgas
suavemente
sobre mis almohadas.
Dejaré la hierba huérfana
Recuerdo
mi niñez
cuando yo era una anciana.
Alejandra Pizarnik
Dejaré la hierba huérfana
justo
en la esquina del barrio aquél
la
casa amarilla
y
las ventanas abiertas.
De
quedarme en algún lugar
habitaré
siempre el viejo patio
de
mi memoria:
la
casa de mis abuelos.
Solo
la infancia es la vida.
Los
perros corrían entusiastas
me
hice una que otra herida
antes
de este pensamiento constante
yo
era un ser inmenso vestida de seis.
Si
viene la muerte a buscarme
que
me encuentre diminuta
en
los recuerdos del patio florido
donde
habitaban mariposas
lombrices
y
canarios.
Visión de tristeza
Por las tardes me siento en las afueras del miedo
y
espero el tren doscientos ochenta y cinco.
En
ocasiones el fango no me deja
levantar
los pies o subir
en
la espesura del tiempo y resguardarme
en
el vagón primero.
Las
ventanas de mi rostro
esperan
su limpieza con los dedos.
Hay
un charco de lluvia a las cuatro,
un
pez multicolor se desliza río abajo.
Abro
la boca,
el
pez se adentra salado en mi lengua
¡pecesito
solitario!
Las
paredes del miedo miden llantos de alto,
odios
de ancho,
el
hombre se cae
desde
el piso doce de la calle Dorant,
tiene
el pecho atravesado de cuchillos,
un
suicido colectivo de morsas
desde
la bruma celeste de mi memoria,
creo
que poco más puedo decir
mientras
trago peces como serpientes
como dagas punzantes
como cuchillos
alfileres
plateados.
Un
día también pude ver un tigre a los ojos,
el
aleteo de cisnes.
Suave
pronunciamiento
del nombre de las hojas.
Hay formas de no escalar paredes
[si no quieres
de preferir la tarde
[sin lluvia
de no mojarte en los charcos
de
aceptar la vida.
Biografía
Viviana Gonzales (La Paz,
Bolivia, 1985). Poeta y dramaturga. Licenciada en Periodismo por la Universidad
Carlos III de Madrid; Máster en Arte por la Universidad Complutense de Madrid y
Especialista en Seguridad Internacional por la UNED y el Instituto Gutiérrez
Mellado. Premio Nacional de Literatura en Poesía (Santa Cruz, Bolivia, 2019)
por su poemario “Hay un árbol de piedra en mi memoria”. Colabora en distintos
medios digitales nacionales e internacionales. Es promotora de lectura para
jóvenes; ha impartido distintos talleres de literatura (FILIJ, Club de Lectura
de La Paz, Bolivia, Casa del Libro de la UNAM). Ha sido maestra de literatura para
preparatoria. Participa activamente en distintos foros, coloquios y pláticas
sobre literatura y poesía. Trabaja además como editora independiente.
Ha cursado talleres literarios en la UNAM, el Centro Xavier Villaurrutia, casa Lamm; un diplomado en Creación Literaria en Literaria Centro de Escritores y otro en Literatura en Lenguas Indígenas de México en el INBAL.
Actualmente está trabajando en la publicación de su segundo poemario.
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