La poesía de Gabriel es la
belleza que purifica por sí misma. Chávez es el molinero de las palabras por su
agua que riega los futuros y cada imaginario. En sus versos cabe la luz en
potencia, la brisa sobre los jardines y el color de los días. Sus letras marcan
con astucia, tienen espesor al pronunciarse y se escuchan en este mundo y en
todos los otros que existan.
Casettes
Pocos serán
–cada vez menos–
los que puedan escuchar el mundo en esta caja
quienes puedan ver en ella algo –o mucho–
más que un desorden de plásticos rectangulares y de
cintas
donde alguna vez estuvo grabado algo
—y eso: quién sabe haya muchos que ni siquiera sepan
que en estas cintas se grababa algo
voces notas
como se graba en el metal
a veces con buril, otras con aguja de acero
o con el más piadoso lápiz graso
y que escucharlas
era como sumergir la plancha de cobre en resina o agua
o a menudo en ácido
voces notas
con algo de espesor al pronunciarse
no las alígeras y nítidas que hoy nos devuelve la
tecnología
similares a las que alguna vez se pronunciaron en la
tierra
sino otras
carcomidas
por la usura del tiempo
arrastradas por los engranajes de su maquinaria
que suele enredarnos
como las cintas de casette
solían
y
entonces
era preciso recurrir a extremos
intentar destriparlas para recuperar
voces notas
que hoy yacen en esta caja que pocos
muy pocos podrán escuchar o entender
ignaros
de que aquí se encuentran varias
de mis mejores horas como flores secas
vidas al filo de la rasuradora
mujeres entreabiertas
entusiasmos
iras júbilos viajes
tardes de lluvia
madrugadas blancas
qué se yo
nada que alguien de la edad de mis hijos o los tuyos
(pues tal vez tú también guardas una caja de casettes)
pueda siquiera sospechar
que está
que permanece
en este desorden de plásticos rectangulares y de
cintas
donde alguna vez hubo grabado algo
como se graba en el metal
a veces con buril, otras con aguja de acero
o con el más piadoso lápiz graso
espesas
voces notas
que en su ausencia
dan testimonio de la usura de los días
y escucharlas
–hoy, después de tanto–
es como sumergirnos en resina o agua
o a menudo en ácido
hasta
enredarnos
en nosotros mismos
como las cintas de casette
solían.
El guardafaro
A Marie Claude
y Jane,
que alguna vez
quisieron alcanzar un faro
Los faros
siempre están allá lejos, entre los dos cielos.
enhiestos como
una bandera o parpadeantes como una luciérnaga,
de acuerdo al
color del día con que se los mire.
Los faros
siempre están allá lejos, entre los dos cielos.
La oscuridad
los odia igual que los acantilados
pues los faros
les privan de carne de naufragios,
de cofres de
talentos en el vientre del mar.
Los faros
siempre están allá lejos, entre los dos cielos
y no es posible
llegar a ellos por el agua o la tierra.
Por el agua,
pues no son un puerto, demás está decirlo,
sólo faros
en la punta de
filas ensenadas.
Por la tierra,
pues no son un destino, esto sí hay que decirlo,
sólo faros
en el fondo de
lenguas de arenisca.
Ya lo dije, los
faros siempre están allá lejos,
entre los dos
cielos
y no es posible
llegar a ellos por el agua o la tierra.
¿Será imposible
entonces atracar en un faro, arribar a sus luces?
El custodio del
faro cercano a mi ventana
sabe llegar a
él tranquilamente
pues es hombre
sencillo y conoce el secreto.
—A los faros se
arriba por el aire,
sentencia,
reposado, recargando la pipa, mientras sus pies comienzan a elevarse
r
e
d
n
e
c
s
a a
con el humo
y yo lo veo
cada vez más pequeño,
más diminuto
confundirse con
un punto del faro
con un punto
del cielo
con el cielo
con el faro
allá lejos
donde siempre
están los faros
entre las dos
aguas
entre los dos
cielos.
“Amor 77”
revisited
Poner la pila al reloj
encender el celular
y
–como aquellos
olvidados personajes de Cortázar-
levantarnos, bañarnos, entalcarnos, perfumarnos,
peinarnos,
vestirnos
y así progresivamente
volver a ser lo que no somos
o lo que somos,
que es aún peor.
Plegaria del molinero
para Antonio
Es sabido que
los duendes únicamente se aparecen a los niños
y para ser más
precisos
a los niños que
están dejando atrás la infancia
pues son ellos
quienes se la llevan consigo
secuestrada
como al bebé
del cuento de los Grimm,
nieto de un
molinero
e hijo de un
rey y de una molinera
celebérrima por
hilar muy áureas pajas
y muy finas.
En el cuento,
la reina
molinera e hilandera recupera al niño
al descubrir,
por boca de un lacayo,
y luego
pronunciar,
delante de
aquel duende,
el nombre
secreto que guardaba.
Concédeme, oh
Rey, a mí, que soy apenas tu lacayo,
poco menos que
un molinero de las palabras,
que un hilador
de los sonidos,
poder develar y
pronunciar el nombre de aquel duende
que se le ha
aparecido a mi hijo esta mañana
–un
rumpeltiltskin lugareño, la verdad sea dicha,
de ancho sombrero alón y camijeta–;
poder
pronunciar su nombre, digo,
antes de que se
vaya allá, muy lejos,
llevándose la
infancia de mi niño
como se
llevaron otros duendes las de todos
el día en que
se nos aparecieron
y, sobre todo,
se nos
d e
s a p
a r e
c i e
r o n
dejándonos ahí
mismo, parados,
en medio del
campo o de la calle o del patio,
convertidos en
lo que somos:
apenas unos ex
niños
unos pobres
adultos
unos extraños
que ya no creemos en los duendes.
Koyu
Abe siembra una semilla de girasol en los jardines del templo de Genji
Koyu Abe, con rigurosa túnica negra,
alta y rapada la cabeza
llano el ceño
siembra una semilla de girasol en los jardines del templo
de Genji.
Con parsimonia deposita la pequeña cáscara repleta
de luz en potencia
de futuros asombros
en un cuenco cavado entre la tierra.
La cubre con una pequeña pala
la riega con una regadera anaranjada.
Pasa la brisa sobre los jardines del templo de Genji
la siente Koyu Abe en sus manos salpicadas por el agua.
En una bolsa de tela colgada en el regazo lleva
unas decenas o cientos de semillas.
Es aún muy de mañana y sembrar cada una es su tarea
y cubrirla
y regarla con su regadera anaranjada.
Un millón de girasoles habrán de alfombrar pronto los
jardines de Genji y los huertos aledaños.
Monjes, campesinas,
todos habrán de tener manos humedecidas por el agua que
riega los futuros
asombros amarillos de los niños,
las que serán luces piadosas para ojos extenuados.
Koyu Abe no conoce a Van Gogh, mas pinta girasoles con su
pala.
Koyu Abe, cuya mirada divisa, en lontananza, los perfiles
grisáceos de los silos nucleares.
A la vera de Fukushima se levantan los jardines del
templo de Genji
y es preciso purificar el cielo, purificar las aguas,
purificar el suelo, purificar los soles sembrando girasoles.
No es un efecto estético, me dice Koyu Abe, en el
silencio de la imagen:
las raíces absorben los metales pesados
y del veneno nace, como si tal, la flor.
Mas
es verdad que también la belleza purifica
por
sí misma,
acota el holandés, saliendo del silencio de la tela,
y Koyu Abe me extiende una bolsa de semillas
de cáscaras repletas de diminuta luz.
La enorme regadera anaranjada
me la alcanza Van Gogh.
Biografía
Gabriel Chávez
Casazola (1972) Poeta, ensayista y periodista boliviano,
considerado “una de las voces imprescindibles de la poesía boliviana y
latinoamericana contemporánea”. Sus libros de poesía han sido publicados en 15
países de América y Europa, y está traducido a 10 idiomas: inglés, francés,
italiano, portugués, griego, ruso, rumano, árabe, chino y catalán, así como al
lenguaje braille.
Entre sus obras
se encuentran: El agua iluminada (2010),
La mañana se llenará de jardineros
(2013), Multiplicación del sol (2017)
y varias antologías de su poesía, como Il
canto dei cortili (Italia, 2018), La
vitesse des fantômes (Francia, 2018) y Cámara de Niebla, con cinco
ediciones en distintos países.
Entre otros
premios, recibió la Medalla al Mérito Cultural de Bolivia y el Premio de la
Feria Internacional del Libro de Santa Cruz al Mejor Libro Editado del Año;
asimismo fue finalista del Premio Mundial de Poesía Mística “Fernando Rielo” en
España.
Es docente del
programa de Escritura Creativa de la Universidad Privada de Santa Cruz (UPSA) y
dirige y el taller de poesía “Llamarada verde” en la ciudad de Santa Cruz,
donde reside desde 2007.
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