La poesía de María poco a poco nos persuade con su dulce
labia melodiosa. Sus versos se mecen sobre la quietud de una cordillera blanca,
el camino se despliega y los secretos llegarán a nuestros oídos. La importancia
de su palabra hace adherir los cuerpos, mientras la poeta escribe sin pedir disculpas.
De aquí nacerán miradas que se crucen con sus textos y quien sabe su efecto nos
deje inmóvil.
Viento inmóvil
El cuerpo parece una momia.
Está tapado por sábanas como cordillera blanca
que es monstruosa columna vertebral,
a lo largo de un país
hecho exclusivamente
de nieve y viento.
Pero este robusto monumento a los occisos
no es más que el soplo de un segundo flojo,
a las once y cincuenta y nueve,
en una cama de hospital.
Un juego de toallas enrolladas le sostienen la cabeza y le cierran la
quijada.
No hay diferencia entre la tela de las mejillas y la palidez de los paños.
El rostro es desierto y helado como cráter en la piel de la luna,
los párpados, compuertas selladas por los siglos, definitivas.
No sé qué función tienen las toallas;
tal vez impedir que la cabeza se vuelque
hacia un lado,
como florero de porcelana lleno
que bota el viento en tarde soleada
y se rompe en pedazos y polvo de colores.
Es decir,
evitar que se rieguen
los sesos.
Cuando un árbol grande
se desploma en medio del bosque
queda en quietud obsoleta,
sumido en la vibración y el estruendo
de la caída dentro de sí.
Un cadáver yace solo.
Los vivos se van y no se inmuta.
Permanece;
como viento inmóvil,
hasta no más.
Ruptura
Qué importante es necesitarte
como si fueras la última salvación,
y yo, la muerte de un convicto.
Dejaré que el camino se despliegue
como serpiente negra tumultuosa,
frente a dos pies paralíticos
que ni siquiera reconozco
como propios.
Me aterra todo lo que pueda venir
los sucesos acechan como bestias.
Los tendré que enfrentar sola,
moreteada, malherida
y totalmente incompleta.
Dos corazones acostumbrados
a las adherencias tibias de sus cuerpos
hoy palpitan un poco más pálidos,
desorientados y sin entender
sus hemorragias caudalosas.
Hay sangre viva en el piso
y en los muros de mi mente.
Un trágico atentado que
en el peor de los casos,
me recordó con potencia
lo que se siente quererte.
Tócame como a un violín
Tócame como a un violín
y lloraré una canción dulce como mis piernas.
Te cantaré mi serenata,
eso sí, la mía,
no la tuya.
Mete los dedos entre mis cuerdas
y te diré secretos cantados al oído,
sin palabras, sin suspiros.
Piano, por favor.
Afíname como te indique
para escucharme como quiero.
Socándome las clavijas
llegaremos los dos al cielo.
Cuando termine,
abraza mi cintura de violín
mientras recuesto mi cabeza en tu hombro
y tú te acercas y me besas y me duermo.
Pero no te decepciones
cuando no seas más el arco
que saca este gemido melodioso
de mis entrañas de madera.
Y yo siga cantando.
Músicos diestros
en el mundo hay muchos.
Yo por ser obra maestra,
no me disculpo;
punto.
Quirúrgica masacre
Me encanta cortarte poco a poco en pedacitos el alma.
Un par de simples miradas serán filosas tijeras.
Aun antes de alcanzarte una sola palabra
es cuchillo ensangrentado.
Siento la navaja en la lengua y saboreo tu sangre.
Mallugo con el puño cualquier sentimiento tonto y tuyo
que no grite que me quieres como quiero.
Me duelen los nudillos, pero lo restriego contra el piso que se embarra,
y el pobre grita que le duele también,
hasta que calla.
Me gusta agarrarte con tenazas y pellizcarte con las uñas donde más te
duele
solamente porque puedo y conozco bien esos lugares.
Lo siento mucho, vida mía,
pero solo puedo llamar obra maestra
a esta quirúrgica masacre.
Ya me lavé las manos
y no hay bisturí más exacto
que el tirano de este lápiz.
Discúlpame por disfrutar tanto de mutilarte,
pero me siento tan potente
cada vez que le causo dolor grave a tu corazón de lino,
tan noble y tan devoto a mis necesidades.
De un sirviente tan fiel, a mí, la verdad,
me gusta aprovecharme.
No tengo más explicación ni la estoy buscando,
el macabro juego del amor,
la perversión,
supongo.
Exquisita venganza porque algún día
no me dijiste que me amabas con suficiente fuerza.
Y el tono despreocupado de tu voz caló muy hondo,
como moneda de cinco, mensajera de algún deseo fútil
en la infinita oscuridad de un pozo.
Nada te costaba ser un poco más determinante
y borrar de mi horizonte cualquier duda.
Este es tu trabajo, creo yo, después de todo.
Porque sabes que me tomo los licores de mis estúpidas preguntas.
Me caen en el estómago y se vuelven nubes negras,
ogros silenciosos, gárgolas que se ríen y susurran.
No voy a deshacerme de mis queridos parásitos
porque se sienten míos, y me escuchan en las noches
cuando estás en la oficina todavía.
Me apena decirlo, solo algo,
que los quiero más a ellos
y a ti menos.
Poco a poco me persuaden
con su dulce labia melodiosa.
Te saco los ojos, te abro los labios,
te toco con mis manos lacerantes.
Hasta que no queda nada más
de
mí.
Todo este tiempo
The vanished past,
the unknowable next moment.
Gregory Orr
Estoy sentada en un columpio
mi único presente duradero
meciéndome sobre la nada inmensa
infinitud de niebla, nubes blancas,
pensamientos grises y fantasmas,
el aliento de la esperanza en el invierno.
Veo hacia abajo –cuidado–
me toma el vértigo
como soga por el cuello.
El inverso de un suspiro
me seduce hacia el abismo
frío, tenue e impreciso.
Mis pies cuelgan como escaleras sin cabeza.
Este columpio pequeñito
la madera tibia de mi asiento
es donde vivo,
sola,
siempre.
No escucho a mi propio silencio ni siquiera.
El primer segundo murió ahorcado,
el segundo está creciendo
el tercero no ha sido concebido.
Este segundo
es lo único que tengo
entre los dedos,
las cadenas del columpio
que pellizcan y rechinan.
Me balanceo como un péndulo
caminando con cuidado
un pie detrás y el otro enfrente
sobre cuerda floja eterna.
Hilo frágil transparente
que se forma de aire añejo
al instante en que lo piso
y se deshace apenas puede.
El loco de las agujas
se ríe descontrolado
cuando lo pierdo.
Al final de la jornada
con ojos obsesivos
escarabajos del camino,
me atrevo a levantarlos.
Todo este tiempo
he caminado
en círculos.
Todo este tiempo.
*Todos los textos forman parte de Viento inmóvil (Editorial Universidad de Costa Rica, 2020)
Biografía
María Macaya Martén (San José, Costa Rica, 1991).
Master en Literatura Comparada de la Universidad de
Oxford, en Inglaterra. Se especializó en poesía, en el simbolismo francés y el
modernismo hispanoamericano. Previo a su maestría, sacó la carrera de
Literatura Comparada en Middlebury College, en Vermont, Estados Unidos. Durante
su tercer año universitario fue estudiante visitante en la Universidad de Costa
Rica y la Universidad de Nueva Sorbona, en París. Al completar sus estudios
regresó a Costa Rica y dio clases de inglés en la Universidad Latina y en el
programa Inglés por Áreas de la Universidad de Costa Rica. Su primer libro de
poesía, Viento inmóvil, recibe una
Mención Especial del Jurado en el Certamen de Poesía 2019 de la Editorial de la
Universidad de Costa Rica, y se publica a finales del 2020. Su trabajo ha sido
publicado de forma virtual en diferentes revistas literarias. Participó en el
Segundo Encuentro de Poesía Joven de Costa Rica, el Festival Virtual del Libro SIBDI,
la Feria Internacional del Instituto Iberoamericano y otros recitales y
actividades literarias virtuales.
Comentarios
Publicar un comentario