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María Macaya Martén (Costa Rica)


 

La poesía de María poco a poco nos persuade con su dulce labia melodiosa. Sus versos se mecen sobre la quietud de una cordillera blanca, el camino se despliega y los secretos llegarán a nuestros oídos. La importancia de su palabra hace adherir los cuerpos, mientras la poeta escribe sin pedir disculpas. De aquí nacerán miradas que se crucen con sus textos y quien sabe su efecto nos deje inmóvil.     


Viento inmóvil

El cuerpo parece una momia.

Está tapado por sábanas como cordillera blanca

que es monstruosa columna vertebral,

a lo largo de un país

hecho exclusivamente

de nieve y viento.

 

Pero este robusto monumento a los occisos

no es más que el soplo de un segundo flojo,

a las once y cincuenta y nueve,

en una cama de hospital.

 

Un juego de toallas enrolladas le sostienen la cabeza y le cierran la quijada.

No hay diferencia entre la tela de las mejillas y la palidez de los paños.

El rostro es desierto y helado como cráter en la piel de la luna,

los párpados, compuertas selladas por los siglos, definitivas.

 

No sé qué función tienen las toallas;

tal vez impedir que la cabeza se vuelque

hacia un lado,

como florero de porcelana lleno

que bota el viento en tarde soleada

y se rompe en pedazos y polvo de colores.

 

Es decir,

evitar que se rieguen

los sesos.

 

Cuando un árbol grande

se desploma en medio del bosque

queda en quietud obsoleta,

sumido en la vibración y el estruendo

de la caída dentro de sí.

 

Un cadáver yace solo.

Los vivos se van y no se inmuta.

Permanece;

como viento inmóvil,

hasta no más.

  

Ruptura

Qué importante es necesitarte

como si fueras la última salvación,

y yo, la muerte de un convicto.

 

Dejaré que el camino se despliegue

como serpiente negra tumultuosa,

frente a dos pies paralíticos

que ni siquiera reconozco

como propios.

 

Me aterra todo lo que pueda venir

los sucesos acechan como bestias.

Los tendré que enfrentar sola,

moreteada, malherida

y totalmente incompleta.

 

Dos corazones acostumbrados

a las adherencias tibias de sus cuerpos

hoy palpitan un poco más pálidos,

desorientados y sin entender

sus hemorragias caudalosas.

 

Hay sangre viva en el piso

y en los muros de mi mente.

Un trágico atentado que

en el peor de los casos,

me recordó con potencia

lo que se siente quererte.

 

Tócame como a un violín

Tócame como a un violín

y lloraré una canción dulce como mis piernas.

Te cantaré mi serenata,

eso sí, la mía,

no la tuya.

 

Mete los dedos entre mis cuerdas

y te diré secretos cantados al oído,

sin palabras, sin suspiros.

 

Piano, por favor.

 

Afíname como te indique

para escucharme como quiero.

Socándome las clavijas

llegaremos los dos al cielo.

 

Cuando termine,

abraza mi cintura de violín

mientras recuesto mi cabeza en tu hombro

y tú te acercas y me besas y me duermo.

 

Pero no te decepciones

cuando no seas más el arco

que saca este gemido melodioso

de mis entrañas de madera.

 

Y yo siga cantando.

 

Músicos diestros

en el mundo hay muchos.

Yo por ser obra maestra,

no me disculpo;

 

punto.

 

Quirúrgica masacre

Me encanta cortarte poco a poco en pedacitos el alma.

Un par de simples miradas serán filosas tijeras.

Aun antes de alcanzarte una sola palabra

es cuchillo ensangrentado.

Siento la navaja en la lengua y saboreo tu sangre.

 

Mallugo con el puño cualquier sentimiento tonto y tuyo

que no grite que me quieres como quiero.

Me duelen los nudillos, pero lo restriego contra el piso que se embarra,

y el pobre grita que le duele también,

hasta que calla.

 

Me gusta agarrarte con tenazas y pellizcarte con las uñas donde más te duele

solamente porque puedo y conozco bien esos lugares.

 

Lo siento mucho, vida mía,

pero solo puedo llamar obra maestra

a esta quirúrgica masacre.

 

Ya me lavé las manos

y no hay bisturí más exacto

que el tirano de este lápiz.

 

Discúlpame por disfrutar tanto de mutilarte,

pero me siento tan potente

cada vez que le causo dolor grave a tu corazón de lino,

tan noble y tan devoto a mis necesidades.

De un sirviente tan fiel, a mí, la verdad,

me gusta aprovecharme.

 

No tengo más explicación ni la estoy buscando,

el macabro juego del amor,

la perversión,

supongo.

 

Exquisita venganza porque algún día

no me dijiste que me amabas con suficiente fuerza.

Y el tono despreocupado de tu voz caló muy hondo,

como moneda de cinco, mensajera de algún deseo fútil

en la infinita oscuridad de un pozo.

 

Nada te costaba ser un poco más determinante

y borrar de mi horizonte cualquier duda.

Este es tu trabajo, creo yo, después de todo.

 

Porque sabes que me tomo los licores de mis estúpidas preguntas.

Me caen en el estómago y se vuelven nubes negras,

ogros silenciosos, gárgolas que se ríen y susurran.

 

No voy a deshacerme de mis queridos parásitos

porque se sienten míos, y me escuchan en las noches

cuando estás en la oficina todavía.

 

Me apena decirlo, solo algo,

que los quiero más a ellos

y a ti menos.

 

Poco a poco me persuaden

con su dulce labia melodiosa.

Te saco los ojos, te abro los labios,

te toco con mis manos lacerantes.

 

Hasta que no queda nada más

 

de mí.

 

Todo este tiempo

 

The vanished past, the unknowable next moment.

 Gregory Orr

 

Estoy sentada en un columpio

mi único presente duradero

meciéndome sobre la nada inmensa

infinitud de niebla, nubes blancas,

pensamientos grises y fantasmas,

el aliento de la esperanza en el invierno.

 

Veo hacia abajo –cuidado–

me toma el vértigo

como soga por el cuello.

 

El inverso de un suspiro

me seduce hacia el abismo

frío, tenue e impreciso.

 

Mis pies cuelgan como escaleras sin cabeza.

 

Este columpio pequeñito

la madera tibia de mi asiento

es donde vivo,

sola,

siempre.

 

No escucho a mi propio silencio ni siquiera.

 

El primer segundo murió ahorcado,

el segundo está creciendo

el tercero no ha sido concebido.

 

Este segundo

es lo único que tengo

entre los dedos,

las cadenas del columpio

que pellizcan y rechinan.

 

Me balanceo como un péndulo

caminando con cuidado

un pie detrás y el otro enfrente

sobre cuerda floja eterna.

 

Hilo frágil transparente

que se forma de aire añejo

al instante en que lo piso

y se deshace apenas puede.

 

El loco de las agujas

se ríe descontrolado

cuando lo pierdo.

 

Al final de la jornada

con ojos obsesivos

escarabajos del camino,

me atrevo a levantarlos.

 

Todo este tiempo

he caminado

en círculos.

 

Todo este tiempo.

 

*Todos los textos forman parte de Viento inmóvil (Editorial Universidad de Costa Rica, 2020)


Biografía

María Macaya Martén (San José, Costa Rica, 1991).

Master en Literatura Comparada de la Universidad de Oxford, en Inglaterra. Se especializó en poesía, en el simbolismo francés y el modernismo hispanoamericano. Previo a su maestría, sacó la carrera de Literatura Comparada en Middlebury College, en Vermont, Estados Unidos. Durante su tercer año universitario fue estudiante visitante en la Universidad de Costa Rica y la Universidad de Nueva Sorbona, en París. Al completar sus estudios regresó a Costa Rica y dio clases de inglés en la Universidad Latina y en el programa Inglés por Áreas de la Universidad de Costa Rica. Su primer libro de poesía, Viento inmóvil, recibe una Mención Especial del Jurado en el Certamen de Poesía 2019 de la Editorial de la Universidad de Costa Rica, y se publica a finales del 2020. Su trabajo ha sido publicado de forma virtual en diferentes revistas literarias. Participó en el Segundo Encuentro de Poesía Joven de Costa Rica, el Festival Virtual del Libro SIBDI, la Feria Internacional del Instituto Iberoamericano y otros recitales y actividades literarias virtuales.

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