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Andrea Rojas Vásquez (Ecuador)


La poesía de Andrea deshace la palabra más allá del lenguaje, es toda la vida que no se puede nombrar. Sus versos son una fiesta de carnaval, una rama suave, escándalo y combustión que se mece sobre el cuerpo. Rojas nos habla desde el lugar donde habita la imposibilidad, desde un espacio pixelado, en el que no necesita detenerse y que solo existe en sus ojos.


LEER EL PERIÓDICO ES COMO VER UNA

PELÍCULA DE RAMBO DONDE TODOS

MUEREN Y NADIE SABE POR QUÉ

 

Escribí once años y no entendí nada.

Fui a la escuela y no entendí nada.

Fui a la secundaria y no entendí nada

luego pública fui al Banco

para ir a la universidad privada

y privada pedí permiso para levantar la

                                                                                mano

permiso para ir al baño y permiso para no ir dos

                                                                                              días

o mejor no llegar o llegar desnuda

                                                                  transpirada

 

                                                                                               conflictiva

medio dormida

montando el lomo del minotauro

con el laberinto encerrado en el vientre

                                          sin entender nada.

Soy un niño cada vez que levanto la mano.

Soy un niño, corto la flor más roja

                                                                y me la pongo en la cara.

                                     La abuela quiso siempre un lugar donde mirar las

                                                                                  flores.

La abuela dijo que quería verme crecer

como los edificios en luces de neón

mientras veíamos dientes de león crecer en la vereda,

bañados en la orina de los perros.

 

                                                           Si levanto la mano

y pido permiso, mi deseo es ser a l e t e o.

 

                                                                  Quiero dormir

mientras ese aleteo me hace hundir la cabeza en

                                                                                                   el agua

 

mientras la abuela me siembra flores de sangre en

                                                                                                la nariz

quiero dormir

ahora que defiendo algo que solo existe en mis ojos

quiero dormir

y sueño con el mar estallando en mis dientes.

((A veces mi aleteo

levanta el rugido del agua)).

 

 

FLASHBACK CÓMO SABER SI ERES UN KOALA

 

Miras ese documental que te habla de koalas.

 

Un documental de animales que no beben agua nunca no se ve todos los días. Te detienes, distraída, alisando la curvatura de la espalda en el único sillón nuevo de tu casa. Y examinas esa criatura que se mira las manos, sostenidas, a la curvatura de la rama. Tú te mirarás las manos también. El koala se llevará a la boca una hoja de eucalipto. Tú no. Tú no te llevarás nada a la boca. Tú desearás una plantita de albahaca entre tus manos, y una rama, suave, como ese algodón de azúcar que si estuviese cerca, te acariciaría la lengua y se atoraría como una fractura verde en el espacio de tus dientes. Pero Keep Calm y mira, solo mira este documental; te repites. Porque sabes que buscas con tanta ansia en cada cosa, que, hasta la figura de una hoja meciéndose sobre tu cuerpo te obligará a pensar él. Pero ya es tarde. Ya está sucediendo. Lo piensas.

 

Tomas el teléfono. Quisieras escribirle, imaginas que le dirías: hola, cómo estás, cómo va todo. Él respondería un incipiente estoy muy bien, gracias. Y el silencio irrumpiría en ese espacio pixelado de la pantalla desde donde ahora miras su fotografía en luces negras que proyectan sombras.

 

Pensar en hablar en lugar de hablar es habitar desde la imposibilidad.

 

Le dirías: pienso en tí con vehemencia y espero que siempre estés bien. Pero nadie puede estar bien todo el tiempo y la palabra vehemencia contrae un compromiso insoportable, así, deshaces esa palabra y abandonas la idea de escribirle, porque, crees que cuando quieres acariciar la vida de alguien (con toda tu voluntad), es probable, que ese alguien (apenas conocido) extienda los brazos hacia tus hombros, y luego hacia tus caderas dibujadas pesadamente debajo de tu falda, y ordenes un detente, seguido de un acabo de recordar que tengo que hacer cosas, cosas oscuras y misteriosas. Y pienses: qué estupidez estoy haciendo aquí, con este hombre delgado, con lo gris de su cabeza, y las ganas de decirle: a ver, quítate esa camisa. Y descubrir en su flacura la superficie del tórax con hermosas canas, y allí, besarlo.

 

Besarlo, y en el primer contacto con su lengua recordar que almorzaste una cerveza y que, después de beber sorbos y sorbos de cerveza desde la mañana, abrazándote a él, tienes sed.

 

Los koalas, redonditos, abrazándose a los árboles no beben agua nunca; tú tienes sed, los koalas no.

 

Piensas en los koalas porque cuando muere su pareja, abandonan el tronco y se sostienen a su cuerpo hasta secarse abrazados a su muerte. Tú amas desde esa animalidad y tienes ganas de morir todo el tiempo, pero tienes sed; entonces, en base a estas especulaciones, no eres un koala.

 

Te gusta decir “en base a estas especulaciones” porque cuando eras niña viste a un abogado que lo decía en una película y siempre quisiste ser abogada.

 

Tal vez, necesites hundir la lengua en un árbol, y decirle al hombre con el pecho desnudo: te ayudo a vestir, vamos a buscar un bosque, aquí nada tiene sentido. Pero eso no sucederá. La madrugada dura y helada de la ciudad te crecerá en algún lugar del cuerpo hasta fagocitarte el sexo. Él preguntará: puedo quitarte esas medias negras. Responderás: puedes. Y sentirás la materialidad del atropellamiento acompañado del desconsuelo que trae el presentir las pérdidas. Sentirás tanto frío entonces, y no sabrás que hacer con ese frío, el vacío, ni la nueva fractura alimentada por el estremecimiento. Por eso no lo buscarás.

 

Pero si lo ves deambulando por la calle, lo abrazarás brevemente y acariciarás la idea de que casi pudiste amar su pequeño cuerpo, arqueándose sobre ti, como un koala que mueve la nariz en contacto con el aire.

                                                    


CANTO A LAS RATAS

 

Cerca,

el agua hierve en la olla blanca.

Mamá, en el ejercicio por nombrar las cosas con rapidez, entorpece.

No dice: la olla, dice: "esa cosa"

<Apágame esa cosa>

Y yo, torpe más allá del lenguaje,

me muevo al centro para mover

la perilla izquierda.

El gas apesta.

Una flama débil arma solita,

escándalo y combustión ante mis ojos

y la boca de la cacerola emprende el camino del ennegrecimiento,

pero yo no hago nada.

Corro en cuadraditos imaginarios que nacen a partir de flotantes cuadraditos de papas.

Estoy apagada en el estómago

de una olla

que se incendia.

Estoy turbia.

Estoy cosa.

Hay tanta muerte,

tanta vida que no se puede nombrar.

Pero nómbrame.

Ven a decirme

que existo aunque

el cielo no me crezca adentro.

Soy una fiesta de carnaval

con muertos que estallan en la boca.

Soy una fiesta de carnaval.

Soy una fiesta.

¿Te conté que las ratas se metieron a la casa? Yo las veo moverse,

pero no quieren salir.

Ven.

Ahora te miro a vos

aunque solo tengo ratas en los ojos.

Papá,

ven con tu bien bañada cabeza.


Andrea Rojas Vásquez

(Ecuador, 1993)

Autora de Matar a un conejo (El Quirófano Ediciones). Tnlga. Agroindustrial, escritora y gestora cultural independiente. Sus textos han sido publicados en revistas físicas y digitales en México, Ecuador, Perú, Venezuela y Argentina. Consta en las antologías: “Caballos Nacidos Del Polvo” (UARTES Ediciones, 2019) y “El vuelo más largo. Poesía hispanoamericana” (Ángeles del papel, 2020) Obtuvo la mención de honor en el Concurso Nacional Ileana Espinel Cedeño (convocatorias 2019 y 2020). Actualmente forma parte del Laboratorio de autores Contra el terror (Argentina, 2021), escribe su segundo libro y dirige el proyecto Collage Oniria.

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