LEER EL
PERIÓDICO ES COMO VER UNA
PELÍCULA
DE RAMBO DONDE TODOS
MUEREN Y NADIE
SABE POR QUÉ
Escribí once años y no entendí nada.
Fui a la escuela y no entendí nada.
Fui a la secundaria y no entendí nada
luego pública fui al Banco
para ir a la universidad privada
y privada pedí permiso para levantar la
mano
permiso para ir al baño y permiso para no
ir dos
días
o mejor no llegar o llegar desnuda
transpirada
conflictiva
medio dormida
montando el lomo del minotauro
con el laberinto encerrado en el vientre
sin
entender nada.
Soy un niño cada vez que levanto la mano.
Soy un niño, corto la flor más roja
y me la pongo en la cara.
La abuela
quiso siempre un lugar donde mirar las
flores.
La abuela dijo que quería verme crecer
como los edificios en luces de neón
mientras veíamos dientes de león crecer en
la vereda,
bañados en la orina de los perros.
Si levanto la mano
y pido permiso, mi deseo es ser a l e t e
o.
Quiero dormir
mientras ese aleteo me hace hundir la
cabeza en
el agua
mientras la abuela me siembra flores de
sangre en
la nariz
quiero dormir
ahora que defiendo algo que solo existe en
mis ojos
quiero dormir
y sueño con el mar estallando en mis
dientes.
((A veces mi aleteo
levanta el rugido del agua)).
FLASHBACK
CÓMO SABER SI ERES UN KOALA
Miras ese documental que te habla de
koalas.
Un documental de animales que no beben
agua nunca no se ve todos los días. Te detienes, distraída, alisando la
curvatura de la espalda en el único sillón nuevo de tu casa. Y examinas esa
criatura que se mira las manos, sostenidas, a la curvatura de la rama. Tú te
mirarás las manos también. El koala se llevará a la boca una hoja de eucalipto.
Tú no. Tú no te llevarás nada a la boca. Tú desearás una plantita de albahaca
entre tus manos, y una rama, suave, como ese algodón de azúcar que si estuviese
cerca, te acariciaría la lengua y se atoraría como una fractura verde en el
espacio de tus dientes. Pero Keep Calm y mira, solo mira este documental; te repites.
Porque sabes que buscas con tanta ansia en cada cosa, que, hasta la figura de
una hoja meciéndose sobre tu cuerpo te obligará a pensar él. Pero ya es tarde.
Ya está sucediendo. Lo piensas.
Tomas el teléfono. Quisieras escribirle,
imaginas que le dirías: hola, cómo estás, cómo va todo. Él respondería un
incipiente estoy muy bien, gracias. Y el silencio irrumpiría en ese espacio
pixelado de la pantalla desde donde ahora miras su fotografía en luces negras
que proyectan sombras.
Pensar en hablar en lugar de hablar es
habitar desde la imposibilidad.
Le dirías: pienso en tí con vehemencia y
espero que siempre estés bien. Pero nadie puede estar bien todo el tiempo y la
palabra vehemencia contrae un compromiso insoportable, así, deshaces esa
palabra y abandonas la idea de escribirle, porque, crees que cuando quieres
acariciar la vida de alguien (con toda tu voluntad), es probable, que ese
alguien (apenas conocido) extienda los brazos hacia tus hombros, y luego hacia
tus caderas dibujadas pesadamente debajo de tu falda, y ordenes un detente,
seguido de un acabo de recordar que tengo que hacer cosas, cosas oscuras y
misteriosas. Y pienses: qué estupidez estoy haciendo aquí, con este hombre
delgado, con lo gris de su cabeza, y las ganas de decirle: a ver, quítate esa
camisa. Y descubrir en su flacura la superficie del tórax con hermosas canas, y
allí, besarlo.
Besarlo, y en el primer contacto con su
lengua recordar que almorzaste una cerveza y que, después de beber sorbos y
sorbos de cerveza desde la mañana, abrazándote a él, tienes sed.
Los koalas, redonditos, abrazándose a los
árboles no beben agua nunca; tú tienes sed, los koalas no.
Piensas en los koalas porque cuando muere
su pareja, abandonan el tronco y se sostienen a su cuerpo hasta secarse abrazados
a su muerte. Tú amas desde esa animalidad y tienes ganas de morir todo el
tiempo, pero tienes sed; entonces, en base a estas especulaciones, no eres un
koala.
Te gusta decir “en base a estas
especulaciones” porque cuando eras niña viste a un abogado que lo decía en una
película y siempre quisiste ser abogada.
Tal vez, necesites hundir la lengua en un
árbol, y decirle al hombre con el pecho desnudo: te ayudo a vestir, vamos a
buscar un bosque, aquí nada tiene sentido. Pero eso no sucederá. La madrugada
dura y helada de la ciudad te crecerá en algún lugar del cuerpo hasta
fagocitarte el sexo. Él preguntará: puedo quitarte esas medias negras.
Responderás: puedes. Y sentirás la materialidad del atropellamiento acompañado
del desconsuelo que trae el presentir las pérdidas. Sentirás tanto frío
entonces, y no sabrás que hacer con ese frío, el vacío, ni la nueva fractura
alimentada por el estremecimiento. Por eso no lo buscarás.
Pero si lo ves deambulando por la calle,
lo abrazarás brevemente y acariciarás la idea de que casi pudiste amar su
pequeño cuerpo, arqueándose sobre ti, como un koala que mueve la nariz en
contacto con el aire.
CANTO A LAS RATAS
Cerca,
el agua hierve en
la olla blanca.
Mamá, en el
ejercicio por nombrar las cosas con rapidez, entorpece.
No dice: la olla,
dice: "esa cosa"
<Apágame esa
cosa>
Y yo, torpe más
allá del lenguaje,
me muevo al centro
para mover
la perilla
izquierda.
El gas apesta.
Una flama débil
arma solita,
escándalo y
combustión ante mis ojos
y la boca de la
cacerola emprende el camino del ennegrecimiento,
pero yo no hago
nada.
Corro en
cuadraditos imaginarios que nacen a partir de flotantes cuadraditos de papas.
Estoy apagada en
el estómago
de una olla
que se incendia.
Estoy turbia.
Estoy cosa.
Hay tanta muerte,
tanta vida que no
se puede nombrar.
Pero nómbrame.
Ven a decirme
que existo aunque
el cielo no me
crezca adentro.
Soy una fiesta de
carnaval
con muertos que
estallan en la boca.
Soy una fiesta de
carnaval.
Soy una fiesta.
¿Te conté que las
ratas se metieron a la casa? Yo las veo moverse,
pero no quieren
salir.
Ven.
Ahora te miro a
vos
aunque solo tengo
ratas en los ojos.
Papá,
ven con tu bien
bañada cabeza.
Andrea
Rojas Vásquez
(Ecuador, 1993)
Autora de Matar a un conejo (El Quirófano Ediciones). Tnlga. Agroindustrial, escritora y gestora cultural independiente. Sus textos han sido publicados en revistas físicas y digitales en México, Ecuador, Perú, Venezuela y Argentina. Consta en las antologías: “Caballos Nacidos Del Polvo” (UARTES Ediciones, 2019) y “El vuelo más largo. Poesía hispanoamericana” (Ángeles del papel, 2020) Obtuvo la mención de honor en el Concurso Nacional Ileana Espinel Cedeño (convocatorias 2019 y 2020). Actualmente forma parte del Laboratorio de autores Contra el terror (Argentina, 2021), escribe su segundo libro y dirige el proyecto Collage Oniria.
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