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Juan Sebastián Castillo (Ecuador)

La poesía de Juan Sebastián nos hace temblar con una caricia. Sus versos sonríen, saltan y vuelan más allá del tiempo. Su palabra es la mano fértil, la lengua insigne, la invitación abierta, el camino a la cima, la hoja que saluda frente al sol. La inspiración persigue a Castillo, y sus poemas se dan una escapada por los ríos del arte hasta llegar como fuente de vida.

 

Árboles

(fragmentos)

 

II

¿Qué se planta en la entrada

de la ciudad sin murallas y abandonada?

Eres tú, pino,

armario del sastre,

columna del cielo, río constante de tiempo,

¿quién te ha plantado? ¿Lo sabes?

Solo olvidas y perduras

como mi patria,

te enfrías con la noche

y al desfallecer cargas el cielo.

Eres tú quien saluda

mientras los maizales se marchitan,

eres un golpe, caída y flor sólida.

 

–Buenas noches, ama noche,

ama luna, amo césped, cueva verde o dorada

–son palabras de Jaime al desnudarse

frente al sol

y su cuerpo, maravilloso degollado,

en la escuela frente a los niños–,

amo cielo, ave de dos picos,

mujer vestida de negro en ascenso,

mujer de senos firmes y pequeños

que asciende los peldaños de la desdicha

y en la cima una flecha cardinal

con dirección al cielo,

en eterna huida del suelo,

salto o vuelo que no termina.

 

No perteneces aquí

entre la espiga y el bebé rosado,

entre los autos y los corredores,

pero tu jaula es tu hoja

usada para tejer el pulso cardíaco,

tus ramas: basura que ya recogen los pájaros,

y tus raíces que, cada día más ciegas,

confunden el agua con aceite.

Lo repito:

Pino, no perteneces aquí

junto a las estrellas en minifalda

o en el surco jalado por un buey.

Regresa a tu tierra helada

de leñadores que fornican con el lobo

o recogen el aroma anciano

de los glaciares que hablan.

Vuelve, retrocede de mi casa, fantasma

con tu corona de hierro,

cinturón de arañas, zapatos de soldado

y cintura de virgen.

¡Vete, no quiero utilizar la sierra!

¡Vete hermano pino!

 

III


Tercero, la higuera,

blanca madre de manos nudosas

en cuya falda blanquea

y brotan los frutos de sus dedos,

mujer enana y con las caderas desviadas,

ratón de biblioteca

que roe la página exacta

en el manual de jardinería

–y sentí en tus huellas nocturnas

una secreta cópula con las avispas,

y sentí jugar en mis pies

el nuevo brote de un nacimiento,

y despierto diabético de tanto sueño

entre abejas, ahora muertas,

con la vista nublada y sin piernas–.

Madre, en qué tierra me abandonas

sin frutos,

¿es que no maduras

al ritmo de las estrellas?

Tierra, tierra arranca estos restos

y escribe otra página

de lo profundo de tu útero…

Tierra, tierra mira para adentro

con las manos temblorosas

y escribe la palabra faltante

en su miel.

 

Yo vi la maquinaria de los desfiles

temblar con una caricia

que no podría ni turbarte, higuera.

 

Nada perdura

más allá del tiempo

sostenido por un cable pelado,

eléctrica corriente en las manos

donde brotan raíces.

Ni la noche

en su retorno y despedida,

en su camino unidireccional

al futuro con sus jarros y vasijas;

ni en ti, avispa,

reina de las suegras, perro de la hoja,

araña rencorosa,

león con alas y aguijón,

cardo venenoso de los árboles,

padre del higo maduro y su miel,

esposa de una hembra,

crucificado en una tumba

de cincuenta lunas de altura

por setenta aleteos de ancho.

 

Suenan en los muros

los escombros de una égloga,

el nadar constante de la comisión de redacción

en un periódico,

una novela de Maupassant,

el cinturón de piel de un alcalde

con 40 kilos demás en su cuerpo,

        pero nadie te olvida,

madre de pechos amputados.

 

VII


Tía insoportable, por tus pechos

se iniciaron mis labios.

¿Por qué no regresas a tu hogar?

¿Acaso tu metálico fruto

ha decaído hacia el mar

mientras yo, de noche, te visitaba?

 

Estás sola, capulí.

A merced de mis ojos

la arena de tu piel se cierne

sobre los adolescentes,

a merced de mis manos eres fértil

en gemido y miedo,

eres mi esclava surgida del aire

que revolotea y canta

junto a tu cadena,

eres el pasado carnal de la niñez

que salta

 y se suicida

al borde de la copa infinita,

a orillas de la memoria.

 

Otavalo 2007.

Surgiste muerta en el patio

y tu cadera era un cristal

comprometido con la agonía,

era una falda de mierda

que consumía tu belleza,

un tumor de ira

contra las amantes del abuelo,

una lágrima sonora

que cruje y se desmorona.

 

Tía querida, por tus labios

terminaron mis cantos.

 

La visión


Ustedes no las ven, pero yo las observo.

Con sus cabellos traídos del desierto,

yo sabía que vendrían después de la muerte.

¡Aléjense! Mujeres de gruesos cabellos

que persiguen y muestran y se sientan

sobre los estanques cuando los lotos florecen

y el sol se posa sobre las aguas cristalinas.

Es la primera vez. Ustedes no comprenden

su desnudez entre las flores, sus cabellos

hechos de escamas y colmillos tenaces.

Erinias, son las Erinias. Niñas voraces

que me buscan, nombran y deshacen.

Son potros –yeguas de la noche– hambrientas,

siempre en busca de su padre asesinado.

Erinias, Erinias, Erinias. Silenciosas noches.

 

La muerte de Atahualpa en un sueño

 

a)  La entrada a Cajamarca

 

…con thy plumas y música te presentas ante los cuervos

quieren la sangre de thy dioses Su sangre es la thine

quieren la alquimia de la escarpada y los ríos por igual

          son tan ambiciosos como los halcones

quieren comprender el idioma de las alpacas De las ranas

quieren adentrar la espada en el vientre de nuestros valles

quieren soñar los secretos de nuestros ancianos

quieren las piedras solares Quieren los talismanes negros

quieren a nuestros árboles con románticas cadenas

quieren thy sangre en el altar de su dios putrefacto

          serán bodas de sangre divina

 

b)   La prisión

 

ramo de casas en la ladera de la colina púrpura

canto-jaguar que retumba y retuerce mi lengua

hasta un amanecer de noches y metales sangrantes

thy jaula no es más grande que una nube pequeña

thy ojos son el oro de la noche El fuego del césped

thy espíritu lame las paredes que exudan miel

thy dolor se expande por los cuatro mundos

thy guardias entran y te golpean los cristalinos huesos

thy memoria de roca se paraliza ante el verdugo

pero no mueres Es un terror momentáneo y voraz

 

c) El bautismo

 

la llama se comparte de la copa a thy frente cristalina

del cuarzo desnudo surge un agua más agua que la lluvia

de la lengua insigne brotan rosales de sal y espuma

de las llagas se levanta un grito de colores olvidados

¿por qué lloras Qué haces con las estrellas que caen?

se despeña la cascada solar sobre los páramos mentales

enjaulado de metales piden metales por thy ceremonia

no surge más silencio que el de la muerte prematura

Muerte por agua Muerte rodeado de música dislocada

 

el asesino entró con sotana Entró con porte de búfalo

se reunió con el oro en el altar e invocó a sus ángeles

levantó el cáliz de la servidumbre Más brillante

que un solemne amanecer de espadas y fuego

levantó la mano a thy frente Movió sus gordos dedos

levantó un libro más viejo que los primeros ancestros

mojó thy frente Ahora estás muerto Padre de todos

rey sin reino que se levanta como Hijo de Cristo

 

d) La ejecución

 

la simiente latente en el suelo se desgrana en la madre como un halcón de agua

¿la siempre rompiente del tiempo deposita sus garfios en la mina de mil plumas?

la mente sonriente para el cuenco de los muertos es una invitación abierta

hasta hallarte desangrado en tu cama de hierro y garzas Oh thou Rey mundo


Biografía

Juan C. Valdospinos nació en Otavalo – Ecuador (2001). Estudia Comunicación Social en la Universidad Central del Ecuador y ejerce activismo ambiental y social. Ha publicado poemas y traducciones en varias revistas nacionales y regionales. Fue semifinalista del Premio Nacional de poesía “Paralelo Cero 2020” y finalista en el Premio Internacional de Poesía “Paralelo Cero 2021”.

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