Ave lucífuga
la sombra
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El ciclo de un pájaro efímero
fue
la envergadura de tu ninguna masa,
umbroso
pétalo que ensanchas el lomo
y
repliegas los élitros con alternancia diurna.
Tu
péndulo que agita con frescura
los
arándanos saciados del sol
también
divierte al Boletus y a la hormiga.
Hasta la
hierba más rala es por ti motivo de grandeza.
Lo
grávido para ti, sombra, fue el nombre
pues
decir es, como el sol, hacer el día
y
al nombrarte ¿qué sombra de ti enciende?
¿Qué
árbol, bajo tu árbol, derrama tal silueta?
Saliendo
de las ramas, después, impalpables
del
borde al fundamento,
del
polvo a la roca altísima,
los
endotelios rasantes de tu ninguna altura
para
que no rezume lo verdaderamente luz,
que
es el silencio,
desde
lo hondo al tacto tímpano del ojo.
Por
entre todas las conchas del relieve, te prefiero.
Ave
lucífuga entre las ostreras del mar luminoso
donde
se zambullen por ir tras los peces en desove
las
estrellas que ya son sombra en la materia oscura.
¡Ah!
Qué párpado tan lúcido
el
que cierras bajo las cosas
cuando
gobernaria sobre el curso del día
los
soles tratan de jugarnos un color
de
acuerdo con su cenizas.
Fue del
tiempo, el humo
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Fue cuestión de echarle tiempo al fuego
para
que empezara el humo
y
humareda la tiniebla,
fuera,
el desangre de las ramas.
Allí,
en ese cedro, en ese olivo
en
ese pino aristado que eras fuego.
Desembarcaron,
implumes
y erectos,
simbólicos
y lúdicos seres
con
fuelles y relojes.
Arborizaron
tu
elemento, hoja adentro,
para
echarte los leños temperiales
que
eran la cuña y la sombra medida,
los
hilos de arena madejando el día
el
vidrio y la clepsidra.
El
trémolo átomo desataba
los
tempestuosos segundos
del
hollín y la ceniza.
Te
tumbaron sobre bosques
fumigado
en tu propia sangre,
ímpetu
y
empezaste a crepitar
los
nuevos temores de las branquias
como
relinchos de caballos reventados,
calcinados
en llevar su propia pira al lomo.
Pero
fuego
cuando
te obligaron a la antorcha y a la hoguera
a
las crudas musculaturas de los primeros peces
y
a las reses del metal,
la
apariencia moviente del cielo ―que empezó con el humo―
nos
mandó a la mitad de esta enorme caída
en
cuyo abismo, la muerte.
Ola con
mariposa quieta
|
Muerta o no,
siempre
fuiste irremediable
de
encontrarle los remansos a la flama
para
urdirte y reventar
lo
más mariposamente demudada
como
una especia de la luz.
En
tu última y alígera hermosura,
¿de
qué abierta flor encepada
por
la arena profunda
fuiste
la intérprete del néctar marino
cuando
te hacías pelícano y cangrejo
por
planear tu próximo capullo?
¡Qué
crisálida
tu
cuerpo desnudo
para
vadear del tiempo!
Tú
que traías resuelto hacia la brisa elemental
lo
que a nado el pez forjó en escamas hacia el agua.
Ahora
serás tu propia seda,
tu
propia reposada mariposeidad, serás,
en
tanto el sueño sobre este tibio témpano de oleaje
te
permita recoger
consistencias
abisales,
derrames
galácticos,
colores
trasmontanos.
Porque,
muerta o no
siempre
serás tú nido
para
volver a abrirte violenta en qué belleza,
como
la otra que eras
cuando
oruga.
Parábola de
Bwana, Facóquero y Escritor
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Eras la bestia más muerta
que
hayan visto jamás las ásperas hierbas.
Los
facóqueros que reventaste a plomo
guardaban
más dignidad en un colmillo
a
la intemperie
que
toda tu vestida estructura
sesteando
a la sombra de una caja.
Los
muertos
que
no tuvieron cuervos
no
tuvieron hienas
ni
escarabajos oportunos,
se
arrellanan en sus tumbas,
inventan
gusanos espontáneos como clavos
que brotan de soñar con los huesos
la claridad del día.
Con
la carne dura como un tendón
han
caído mezquinos, sin ruido,
o
tan lejos que no hubo fiera que los escuche,
se
atrincheraron en su ámbito oscuro
como
se amusgan las orejas de un toro herido
hacia
el pelaje de su cruz
y
pusiéronse a podrir bajo la forma de un gran puño.
Tú
que apuntas a los gorriones con el lápiz,
no
construyas nunca una casa,
pero
si tu miedo persiste
y
se torna imposible no escribirla,
haz
que su única luz mire hacia un árbol lleno de buitres.
Canto insomne
para un caballo endrino (Herido)
|
¡Cállense estos ojos
insomnemente
airados
que
se han puesto a berrear por tan poco,
por
lo visto,
por
lo reventado enorme del caballo
que
les vino a parecer la noche
de
este lado al otro de la alcoba!
Con
todo lo sidéreo y memorioso
no
han dejado dormir estos verdes sumideros,
errados
ante
lo herrado endrino
de
esos otros manantiales
sin
aire enorme que les galope el pulso.
¡Cállense
jinetes!
¡Ciérrense
nictitantes!
O
por lo menos, ensalívense,
en
interpretar las relinchas de la montura que les tomó
llegar
de las estepas caucasianas
a
los pisos prados de la madera.
Lomados
por la carga que lo ciega todo,
salvo
cuando en lo ubérrimo de lo oscuro
se
tiene la desgracia de no poder vaciarse
librándonos
de la altura
que
es la noche,
sin
cerrar los ojos, insisto,
endrinos
(heridos) del caballo.
¡Cállense!
De
pura sangre hacia lo oscuro
habrá
estallado este caballo.
Niños fumando
de algo gris sobre una manzana verde
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El único poema aquí posible
es
no estar o, en este caso,
hacerse
humo.
Esas
ratas gamitando
son
solo niños que intentan escribir algo hermoso
con
las babas, escriben lobo
con
los tajos de su piel, escriben tigre
puede
leerse en sus anchas pupilas, cocodrilo.
Pero
esta jaula tiene genio de trampero
deja
vivas a las fieras.
Nadie
faenará esta noche
a
estas cucarachas que corcovan heridas
perforándose
unas a otras
¿Quién
sino las jaulas ampararán
a
estos cojitrancos pájaros torcidos?
Ellos
resueltos, toman la manzana (grave dulzura en pomo)
solo
somos bestias ―dicen―
y
hastían torpemente en perpetrar a un cerdo glabro y dormido
que
llevarán a la hoguera.
Del
epicarpio lustre al lardo corazón
lo
atraviesan
como
topos horadando la tierra,
le
echan la cruz de un abismo entre la pulpa
para
ahumarlo desde adentro.
Ponen
una gris cal en el ombligo de la fiera,
inclinan
la testuz y fuman de su hocico
como
besando al fuego.
Esas
ratas gamitando
son
solo niños que intentan escribir algo hermoso
pero,
en este caso, con el humo que escurre de sus fauces
no
han escrito más que su propio humo.
Los viejos
lechos del Amu Daria
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The
Old Beds of Amu Daria.
Kropotkin,
P. (1898)
De las
altas cordilleras de Pamir
brotan en
multitud arroyos.
Algunos,
que son dados a la fuga,
no se
entierran y se vuelven corrientes poderosas.
A este
número pertenecen las aguas del Amu-Daria,
viejo entre
los cuatro ríos del Edén.
En sus
riberas se empuñaron las primeras hojas del bronce,
se cocieron
las primeras gachas del trigo y la cebada.
Un humo
nunca visto se extendió
entre la Meseta
del Hambre y el Desierto Negro,
interponiendo
a los barjanes de arcilla;
olas de
algodón y azufre que la gente cambiaba por vagones.
En
ocasiones, sin embargo,
la sombra
del río crece como una
costilla
que lo desborda
y mientras
hombres y mujeres planean
los cuernos
de las saigas,
la piel de
los escincos,
por el apretado
follaje del agua
bajan
libélulas muy hurañas
a
enterrarse en su vientre y el Amu-Daria
migra para
endulzar con légamos las conchas de otro mar.
No se sabe
dónde aguarda la peonza del bello mecanismo
por el cual
el río desemboca
alternativamente
en el Aral y el Caspio
ni cuántas
veces se ha cantado
a los
ribereños que amontonan con premura
los sacos
de arena y de pan.
Cada choza
a orilla del agua
tiene sus
leyendas de heroísmo.
Pero cuando
esto sucede
las saigas
y los escincos mueren sin violencia,
completando
el círculo de ser salvaje
y los
barjanes entierran, de vez en cuando,
unos
cuantos vagones.
Biografía
Dancizo Toro-Rivadeneira
(Quito, 1985). Biólogo (CAECE Buenos Aires, 2010). Magíster en Biología de la
Conservación (PUCE Quito, 2012); Epistemología de las Ciencias Naturales y
Sociales (UCM Madrid, 2014) y Biología Evolutiva (UCM Madrid, 2016). Doctor en
Filosofía (UCM Madrid, 2022) e investigador predoctoral en Biología Evolutiva
(CSIC-MNCN, desde 2018). Poemarios publicados: Litotelergia, o sobre el ímpetu de los
cantos fugaces (Ed.
Vinciguerra. Buenos Aires, 2008); Recusaciones (Ed. El mono armado. Buenos Aires, 2009); La
esputación de los alienados (Ed. Casa de la Cultura Ecuatoriana. Quito, 2012) y Arribo y
defaunación del fuego (Ed. Calambur. Valencia, 2021).
Un gusto disfrutar de la lectura de sus magistrales obras poéticas estimado autor. Que sigan los éxitos!
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