La
poesía de Abimael es un hallazgo de esperanza en medio de la ausencia. En
nuestra piel los versos del escritor Flores se convertirá en una plegaría y será
la única luz que permanecerá encendida. Aunque la vida sea un calvario y los
ríos se desboquen sin rumbo, en su palabra encontraremos una llama latente con la
que aprenderemos a soltar lo nocivo.
Todo lo que conozco de Cristo
Todo lo que conozco de Cristo
es amor y dolor.
Ella me tenía a sus pies
y, por eso, se dedicó a masticar
mis entrañas.
Siempre supe que cada beso
auguraba una traición,
y aun así, partí el pan
y bebí el vino,
ingenuo, llevé el corazón
hasta el
calvario.
Después
de todo sigo en la espera
Cuando se apague el mundo y dejen de supurar las
dolencias;
y el tiempo se detenga, y las guerras hayan culminado
en esperanza,
y la única luz que deba seguir encendida
sea, por siempre, la lumínica llama del amor;
acuérdate de mí, de aquel noble e incautó que nunca
bajó [la guardia],
aun, cuando creyó que la vida llegaba a su fin.
Amor
de una noche
Amor de una noche que desciendes
como el arcángel en la visión luminosa de la agonía.
Amor de una noche que con tus yemas tersas escribes
en mi piel los versos pardos de los poetas muertos.
Amor de una noche, pequeña felina
que con tus diminutos colmillos arrancas mi piel.
Yo, tu víctima. Yo, tu presa. Enemigo y compañero
que rueda contigo en el lecho menguante de la luna.
Amor de una noche que desboca los ríos
divinos en la fecunda oscuridad. Dos cuerpos
que se pierden en el infinito trance de la caricia
cantan al unísono las líneas de los amartelados.
Plegaria
Una plegaria
asomó entre mis labios:
Tú, mi esperanza.
Mártir
Me duele tu ausencia,
madero en el que me dejaste clavado,
y aun así te busco en la zarza donde ya no ardes.
Me alcanzaron tus plagas desnudo y pusilánime.
Te oigo, pero ya no te veo Ahora solo eres
el murmullo que trae el viento, el recuerdo
de un vino cananeo, un fantasma en Getsemaní.
Ya no eres más carne de mi carne ni sangre de mi
sangre.
Salgo de mi barca y agarro tu mano en la tormenta.
En medio del mar me sueltas.
Me aferro al pasado. Me hundo y me dueles
en el tumulto de la hora pico, en el sueño
inconciliable.
Mientras voy cantando con Esteban,
una lluvia de rocas adorna mi piel. Te busco
inútilmente.
¿Acaso es una prueba? Bordeo Damasco, y no estás.
Ingenuamente sigo creyendo en ti. Lavo mis heridas,
y al amanecer te ofrezco mis primeros sollozos.
Fiel, aquí, aguardo tu regreso.
Mi dogma, tu figura. Tu desdén, mi flaqueada fe.
Mengüo para que renazca tu amor y una razón nueva,
pero solo se agiganta la visión amarga de tu adiós.
Apaciento en tus lirios. Mi corazón tiene sed de ti,
como devoto afanado ciegamente por su dios.
Mi cuerpo gime por ti como el ciego de Betesda
gemía por un milagro. Sin señales y sin prodigios,
con incauta ilusión, atravieso de rodillas
el desierto de tu indiferencia. Peregrino sin
esperanzas
en busca de un destello de tu amor.
Crucifijo de cristal, rosario hecho de arena,
en tu altar desbordo mis sollozos, y te busco en el
cielo.
Biografía
ABIMAEL FLORES (Veracruz, México. 1996) es abogado, poeta y diseñador. Autor de los poemarios Diferentes rostros para un espejo (2018), Una pequeña muerte (2022) publicados por Alcorce Ediciones (México) El Lamento (2023) publicado por Santa Rabia Poetry (Perú) y coautor de la antología Un latente hallazgo publicada en 2021 por Valparaíso Ediciones.
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