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Abimael Flores López (México)

 


La poesía de Abimael es un hallazgo de esperanza en medio de la ausencia. En nuestra piel los versos del escritor Flores se convertirá en una plegaría y será la única luz que permanecerá encendida. Aunque la vida sea un calvario y los ríos se desboquen sin rumbo, en su palabra encontraremos una llama latente con la que aprenderemos a soltar lo nocivo.


Todo lo que conozco de Cristo

Todo lo que conozco de Cristo

es amor y dolor.

Ella me tenía a sus pies

y, por eso, se dedicó a masticar

mis entrañas.

Siempre supe que cada beso

auguraba una traición,

y aun así, partí el pan

y bebí el vino,

ingenuo, llevé el corazón

 hasta el calvario.

 

 

Después de todo sigo en la espera

Cuando se apague el mundo y dejen de supurar las dolencias;

y el tiempo se detenga, y las guerras hayan culminado en esperanza,

y la única luz que deba seguir encendida

sea, por siempre, la lumínica llama del amor;

acuérdate de mí, de aquel noble e incautó que nunca bajó [la guardia],

aun, cuando creyó que la vida llegaba a su fin.

 

 

 

Amor de una noche

Amor de una noche que desciendes

como el arcángel en la visión luminosa de la agonía.

Amor de una noche que con tus yemas tersas escribes

en mi piel los versos pardos de los poetas muertos.

Amor de una noche, pequeña felina

que con tus diminutos colmillos arrancas mi piel.

Yo, tu víctima. Yo, tu presa. Enemigo y compañero

que rueda contigo en el lecho menguante de la luna.

Amor de una noche que desboca los ríos

divinos en la fecunda oscuridad. Dos cuerpos

que se pierden en el infinito trance de la caricia

cantan al unísono las líneas de los amartelados.

 

 

 

Plegaria

Una plegaria

asomó entre mis labios:

Tú, mi esperanza.

 

 

 

Mártir

Me duele tu ausencia,

madero en el que me dejaste clavado,

y aun así te busco en la zarza donde ya no ardes.

Me alcanzaron tus plagas desnudo y pusilánime.

Te oigo, pero ya no te veo Ahora solo eres

el murmullo que trae el viento, el recuerdo

de un vino cananeo, un fantasma en Getsemaní.

Ya no eres más carne de mi carne ni sangre de mi sangre.

Salgo de mi barca y agarro tu mano en la tormenta.

En medio del mar me sueltas.

Me aferro al pasado. Me hundo y me dueles

en el tumulto de la hora pico, en el sueño inconciliable.

Mientras voy cantando con Esteban,

una lluvia de rocas adorna mi piel. Te busco inútilmente.

¿Acaso es una prueba? Bordeo Damasco, y no estás.

Ingenuamente sigo creyendo en ti. Lavo mis heridas,

y al amanecer te ofrezco mis primeros sollozos.

Fiel, aquí, aguardo tu regreso.

Mi dogma, tu figura. Tu desdén, mi flaqueada fe.

Mengüo para que renazca tu amor y una razón nueva,

pero solo se agiganta la visión amarga de tu adiós.

Apaciento en tus lirios. Mi corazón tiene sed de ti,

como devoto afanado ciegamente por su dios.

Mi cuerpo gime por ti como el ciego de Betesda

gemía por un milagro. Sin señales y sin prodigios,

con incauta ilusión, atravieso de rodillas

el desierto de tu indiferencia. Peregrino sin esperanzas

en busca de un destello de tu amor.

Crucifijo de cristal, rosario hecho de arena,

en tu altar desbordo mis sollozos, y te busco en el cielo.

 

 

Biografía

ABIMAEL FLORES (Veracruz, México. 1996) es abogado, poeta y diseñador. Autor de los poemarios Diferentes rostros para un espejo (2018), Una pequeña muerte (2022) publicados por Alcorce Ediciones (México) El Lamento (2023) publicado por Santa Rabia Poetry (Perú) y coautor de la antología Un latente hallazgo publicada en 2021 por Valparaíso Ediciones.

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