La poesía de Martha lavará nuestros pesares para aventurarnos al borde
de todo. Sus versos atraviesan el alma lectora para dar cabida al deseo por alzar
vuelo por el empalagoso recorrido del asombro. La escritora Valencia perpetra
la realidad en cada achaque de la vida para dejar el rastro de su sentir en todo
escenario literario.
Acaso
hundida
Tal vez me perdí entre las cosas con las que llené
estas manos herrumbradas…
Pensé que caminaba suelta por la orilla de la costa salada
y que me aventuraba en el borde de todo
lo que termina siendo bello.
Me hundí en la mirada austera que se nutría de lo simple,
di por hecho que mi cuerpo desnudo ante el asombro
era razón suficiente para asumir que vivía.
¿Dónde vivía
realmente?
¿Dónde vivo
en este instante en el que le escribo a la nada?
¿Qué habita
en la playa obtusa que me ufané de recorrer?
¿Dónde
inicia la gloria?
¿En qué
parte de esta arena he de echarme para ser feliz?
Qué tanto de
lo transcurrido en mi sueño
no ha logrado su ascenso por el camino lunar que
conduce al universo y entonces…
¿Cómo pedirle a la luna que cante?
Quizás baste decirle:
¡Sal de una vez por todas del escondite de la noche ciega!
Contradicción
Tan lleno está mi corazón.
No pretendo defraudar a la hacedora de la magia,
«no es esta
vida la que pesa»
Son estas balas que atraviesan mi cabeza,
es la maleta atiborrada de mesura,
es el deseo desbordado por alzar el vuelo,
es mi boca atravesada por palabras,
soy yo, en esta conjetura desgarrada.
Es mi contradicción.
Bajo la
anchura de la sombra
resuena el llanto de mi alma adolorida…
¡No, no es esta vida la que pesa!
Son los azotes de la resquebrajada profecía,
de mi timidez cobarde,
de la soga que me arrebata las manos.
Es mi propia esclavitud.
¿Cómo
romper el molde,
cuando la taza se llena de embates?
Tanto por
reconstruir…
No, no es
la vida la que pesa,
es el cielo que se
escurre entre mis ojos.
Ilusión
Si aparejo lo observado con la borrosaSi aparejo lo observado con la borrosa
tonalidad de la que se pinta el mundo,
¿qué tanto de lo visto es
ilusión?
A veces sonsaco esto que
arde en el
pecho y me expongo a la
necesidad.
Yo que me nombro en las calles ciegas de
la duda,
y me entrego a la materia
de la que está hecho
todo cuanto se construye,
yo que emprendo la
revolución de no negarme,
de no diluirme entre la
sabana negra
que se tiende sobre el
ideal destruido.
Yo que escucho el llamado desconocido de
quien se asoma por la
puerta —la que jamás estuvo donde debía—,
y me derribo frente a la
sombra en la que no me hallo.
Si de azares está
perpetrada la realidad
¿A qué debo prestarle
atención?
Si no soy la que aprende
a vivir
¿Cuán errático habrá de
tornarse lo irreal?
Si veo lo que estos ojos sienten
cómo no preguntarle a la
añoranza
por el agua que lava mis
pesares,
si no soy yo la que da el
paso
en medio de este vendaval
que se alza
por encima de la
incertidumbre
¿Cómo escucharé los pitos
sonar?
¿Cómo despertaré?
Noté una mancha carmesí
Noté una mancha carmesí en mi costado;
la observé esta tarde al verme al espejo,
¿cuánto tiempo llevaría posada en mi espalda?,
¿qué otras huellas se han asentado en este
recorrido
espacial?
¡No me conozco! Exclamé expectante,
no lo suficiente,
no para alardear de los otros rastros de esta
vida,
no tanto, no siempre, no por ahora,
no me conozco.
Recorrí con mis manos los achaques de este cuerpo;
esos que sobresalen.
Me olvidé por un instante de los quehaceres
apresurados del mundo,
me sometí a mi juicio,
me vi, una y otra vez,
me vi
—intenté reconocerme—,
di vueltas, me vi,
fijé mi atención en ese rostro
que se traslucía en el espejo,
en los ojos sollozantes,
en el mensaje que transmitían.
No me conozco, me repetí,
y me hice eco en esta habitación solitaria.
Reencuentro
No creí estar preparada
y me derrumbé sobre el
pavimento,
golpeé el temple que cubre la esperanza
y lloré.
Me aferré a esa hendidura que sentía en
el alma,
me deslicé por peldaños rústicos,
desgarré palabras, abrí heridas,
esculpí desastres… Lloré.
Arribé hasta
donde pensé
que no podía llegar,
abrumada, perdida
«revuelta entre gente cuerda».
No había nada que pudiera decirme
más que aquello que abraza a la tempestad:
«Cúbrete de caos, de locura y resbálate por el hueco
que da a la vida, la que yace misteriosa».
Mareada por
el turbulento viaje,
aterricé en este suelo que es
tierra inundada de preguntas.
Aquí, erguida, confronté a esa otra mujer,
la que me acompañó enmudecida
por el empalagoso recorrido de costumbres
y ella, iluminada por el sol que brotaba de
su pecho,
abrazó mi llanto, y sonrió.
Así supe que estaba en casa.
Biografía
Martha Valencia, nació en Villavicencio – Meta (Colombia), y ha saltado sin decoro por multiplicidad de facetas, se ha descubierto en el ruido ensordecedor generado por sus miedos, ha sonreído y desplegado las alas, pero también, se ha atado sin piedad al suelo. Es un ser en crecimiento —en obra negra—, intentando dilucidar día a día, el porqué de la imposibilidad de apreciar el potencial que yace dentro. Una soñadora, que aunque agreste por fuera, se deleita con la brisa moviendo las hojas de un árbol, con el cantar de los pájaros, con el agua y su movimiento.—, intentando dilucidar día a día, el porqué de la imposibilidad de apreciar el potencial que yace dentro. Una soñadora, que aunque agreste por fuera, se deleita con la brisa moviendo las hojas de un árbol, con el cantar de los pájaros, con el agua y su movimiento —toda la belleza que no puede siquiera conceptualizarse—.
En la poesía obra todo cuánto la rodea: la premura del tiempo, las personas apresuradas al cruzar la calle, el hilo delgado que sostiene el globo que lleva un niño en sus manos, la sonrisa que se delinea en los labios de un desconocido, la muerte, sus sombras, el hecho poético que penetra al anticiparse a los seres que la habitan —a los que vislumbra frente al espejo—, el deseo, el anhelo, su mente avasallada por los pensamientos.
Le escribe al alma, a la luz profusa que recorre el universo, a la vida, al querer salvarse, al intentar amarse a pesar de sus incontables formas de no apreciarse.
Todo lo que sus ojos observan, lo que en su vida transcurre, todo aquello que se cruza, que palpa, que respira…, todo es poesía, la que salva y aviva el resplandor, y la que desagua ese oscuro océano del egocentrismo. Escribe porque su corazón la impulsa, porque así conversa con sus penurias, y puede hablarle al mundo. Es esa valentía que tanto cuesta cultivar.
Martha es abogada de profesión, pero con alma de Poeta.
Paí
Es un honor hacerme partícipe de este espacio cultural y de difusión. Infinitas gracias 🌷
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